Compartir
Entrevista a Teddy Santacruz, exalumno de la promoción 1990
Con estos términos se refiere Teddy Santacruz al campamento: una escuela de vida, de la que se llevó los mejores aprendizajes y las mejores amistades. En esta nota, recuerda sus inicios como acampado, hasta el último año en que pudo participar de esta actividad.
¿Cuál fue su experiencia como acampado?
Fue la etapa más linda de mi juventud, considero al campamento una escuela de vida. Me inculcó valores que conservo hasta hoy día. Todo comienza cuando te vas de chiquito, con miedo a veces a lo que pueda pasar, pensando en que sos más chico, que habrá más grandes, que capaz puedan farrearte… no sabés tampoco si vas a dormir poco, pasar hambre, pasar frío, uno lleva un montón de dudas. Pero al mismo tiempo es el momento en que uno aprende a admirar y respetar a los mayores, muchos de ellos incluso sirven de ejemplo; uno puede verse reflejado en uno de ellos, y pensar “cuando sea más grande quisiera ser como este”. También, cuando sos chico, es la etapa en la que te juntás con otros más chicos, a modo de protección contra los más grandes, evitando que te hagan bromas. De ahí surgen lazos de amistad que perduran para siempre. Hoy día, 30 o 35 años después, todavía nos reunimos y recordamos cada una de esas anécdotas desde la primera vez que fuimos al campamento hasta el último de ellos. Tuve la suerte de tener un grupo de compañeros que, desde un principio, fuimos muy unidos, aprendimos a divertirnos y pasar de la mejor manera. Y, cuando vas creciendo, vas ganando protagonismo, te vas haciendo conocido para los demás, te sentís un “Superman”, un tipo extraordinario. Y, en la medida que pasa el tiempo, te vas divirtiendo mucho más. En resumen, creo que es una etapa para pasar bien, divertirse, aprender y generar recuerdos para toda la vida.
¿Cuál fue su experiencia como jefe de campamento?
Es algo indescriptible, también una experiencia maravillosa. Tenés una responsabilidad con la historia del campamento, con quienes te antecedieron, con tus compañeros, porque sos representante de ellos. También una responsabilidad con tu familia y con los 100 o más acampados que te acompañan en ese momento. Hay que estar atento, pendiente de que todo salga bien. En ese momento, era una responsabilidad demasiado grande la que se asumía. Y, al llegar al campamento, de repente uno puede tener las ganas de estar “del otro lado”, de estar sentado entre tus amigos, cosa que realmente no se puede, ya que uno tiene su función de jefe y debe tener cierta cordura que guardar. Pero algo que realmente me sorprendió fue el mágico momento en que termina el campamento y se da la oportunidad de volver a abrazar a aquellos compañeros con los que casi no tuviste oportunidad de compartir en esos días, de reírte con ellos. Es una sensación única. Y ni qué decir cuando abrazás a los más chicos, que no podían creer que el jefe de campamento les estaba saludando, algunos llegando incluso a llorar por eso. Al crearse estos lazos de amistad, uno puede compartir con mayores, menores, con distintos alumnos de distintos cursos, sin que la edad importase.
¿Quiénes les ayudaron en la dirigencia del campamento?
Era responsabilidad del alumno. El campamento era una actividad del colegio, pero organizado por los alumnos. Además de los comandos, estaba un capellán y un director. En mi época, tuve a una persona dos años mayor que nosotros como director, Paolo Pederzzani y a “Laucha” Arce. Nos dieron una gran ayuda, y ambos campamentos en los que nos asistieron salieron de la mejor manera.
«Forjé las amistades más solidas, que hasta ahora mantengo. »
¿Pensó, alguna vez, en tomar ese lugar de dirigente?
La verdad, no. Nadie se preparaba ni se imaginaba ser comando o jefe de campamento. Uno iba al campamento con la idea de disfrutar al máximo y, si eventualmente te tocaba ser electo o designado comando, era una responsabilidad que “te caía” y no podías rehuir de eso. En realidad, yo me divertía mucho más como acampado.
¿Hubo algún evento o situación particular el año que le tocó ser jefe de campamento?
Sí, yo había sido designado como jefe de campamento para el primer campamento, de verano, del año 91. Ese campamento fue suspendido, fue un suceso que no esperábamos, no habíamos vivido, peleamos bastante para que eso no fuera así. Nos reunimos con exalumnos, con profesores, con los sacerdotes… con todo el colegio. Lastimosamente, no conseguimos destrabar esa situación, por lo que terminamos aceptando la decisión tomada, respetando la institucionalidad. Las autoridades se comprometieron con nosotros, nos dijeron que si había un buen comportamiento se volvería a habilitar el campamento. Y así fue, en Semana Santa pudimos hacerlo y pasar de la mejor manera, aunque en su momento haya sido algo duro.
Al término de su último campamento, ¿quedó con la sensación de que le faltó algo, o le hubiese gustado que algo sea diferente…?
No, aunque sí diría que es el campamento más sufrido, por el hecho de saber que ya no volveríamos al siguiente. Siempre, con un amigo, comentamos que todo lo que el campamento te hace disfrutar durante aproximadamente 10 años, luego “te lo cobra” en el último, porque se pasan momentos duros, al tener que despedirte del lugar y de la actividad en sí.
¿Cuál es la visión que hoy día tiene de esa época?
El campamento fue una actividad maravillosa, como dije al comienzo, forjé las amistades más sólidas, que hasta ahora mantengo, no solo con compañeros de promoción, sino con exalumnos de distintas promociones. Hoy miro al campamento como padre, si bien mis hijos son chicos, anhelo que esta actividad nunca se acabe, que perdure, que se sigan inculcando valores donde los hijos aprendan a respetar, a tener responsabilidad, a tener fe en Dios… se aprende de todo un poco. Para que esto tenga larga vida, me gustaría que vuelva a ser una actividad del colegio, que este la tome como propia. Me gustaría que alumnos y padres podamos trabajar para lograr algún día eso.