Compartir
Desde la época de colegio, San José nos enseñó muchas virtudes. Hemos visto su piedad, su obediencia, su paternidad, y tantas virtudes que han coronado al patrono de la Iglesia Universal. Entre ellas, una virtud que se destaca por no destacar es la manera en que trabajaba.
Cuando Dios creó al hombre, le dio la tarea de trabajar. Luego del pecado original, a esta tarea se añadía el “…con el sudor de tu frente”. Pero el trabajo en sí, siempre estuvo presente en el plan de Dios. Luego, se adhirió al plan salvífico de Dios: ¡Jesús mismo pasó 30 años ayudando a San José en el taller!
Sin ahondar mucho en esta idea, podemos resumir que el trabajo, puede hacerse algo santo, santificable y santificador. ¿Cómo lograr atender el teléfono, escribir un correo electrónico o enviar una presentación que tenga estas características? Podemos mirar a San José, y preguntarle.
Trabajar bien
La primera cualidad que San José nos enseña, cuando buscamos hacer un trabajo que nos santifique, es, precisamente, hacer un buen trabajo. No lo imaginamos perdiendo el tiempo en el taller ni apurándose para entregar a última hora un encargo.
El trabajo santifica, porque en la medida en que lo realizamos, vamos también “puliéndonos”. Adquirimos muchas otras virtudes: puntualidad, responsabilidad, honestidad, caridad, etc. Y es santificable cuando ponemos todos los medios humanos disponibles – todo lo que de nosotros depende – para hacer una buena gestión. Porque, ¿podríamos ofrecer a Dios algo mal hecho?
Claro que, por factores externos, a veces los resultados no son los esperados. Pero Dios no busca los mismos resultados que nosotros buscamos; si pusimos la rectitud de intención, el esfuerzo y los medios disponibles, y aún así las cosas no salieron como lo esperábamos – porque somos humanos y podemos equivocarnos, o porque un producto no tuvo suficientes ventas, o porque dependía de otras personas… – igual Él está contento.
Trabajar por Amor
Hoy día se puede malinterpretar la frase “trabajar por amor”. O bien se entiende que uno tiene que hacer lo que le gusta y, cuando no “siente” amor, lo tiene que dejar, o se cree que es sinónimo de trabajar gratis porque uno disfruta de lo que hace.
Pero “trabajar por amor” en realidad es poner el corazón en la tarea, y también la mirada en la meta. La gran meta de nuestra vida, es crecer en el amor a Dios. El prestigio profesional, la tarea bien hecha, y todo lo que el trabajo involucra consigo, tiene que estar orientado a este gran objetivo de nuestra existencia.
Si se cuela la vanidad, el deseo de competencia, o se comienza a faltar a la fraternidad, el trabajo se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio para algo más grande.
Mirando a San José, no creemos que el gran objetivo de su vida haya sido ser el mejor carpintero o fabricar muchas sillas, aunque lo haya sido y lo haya hecho. Su corazón, podemos pensar, daba gloria a Dios por permitirle fructificar los talentos que Él le había dado.
La mirada puesta en Dios
De seguro, cuando José trabajaba, Jesús jugaba cerca. De cuando en cuando, levantaría los ojos para ver lo que hacía. Lo mismo nosotros: tener presencia de Dios, ofrecerle las tareas antes de comenzarlas y darle gracias al terminarlas es una buena manera de imitar a San José.
De la misma manera, este ejemplo de José nos habla de tener equilibrio: así como José trabajaba y luego pasaba ratos con María y Jesús, nos da ejemplo también de dos cosas.
En primer lugar, el tiempo a la familia. Como mencionamos más arriba, el trabajo es santo, santificable y santificador, pero no un fin. Si se desborda y se descuidan las demás prioridades, puede hacer más mal que bien.
En segundo lugar, el tiempo para Dios. Así como la vida de San José trascurrió en su taller, también pasó al lado de Jesús. Y, al final de su vida, estas conversaciones que tuvo con su Hijo, habrán sido su mayor consuelo. Al igual que en el párrafo anterior: el trabajo no puede excederse de una manera que no quede tiempo para reservar ratos a la oración, a los sacramentos.
Muy al contrario. De la oración y los sacramentos, nos veremos alimentados para poder rendir mejor. Como San José, que habrá ido a trabajar muy contento luego de empezar su día saludando a Jesús.