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Ser parte de la academia literaria es, para todos los que ponen un pie en ella, un gran honor. Aun sin llegar a ocupar la presidencia o un cargo directivo, el hecho de ser académico es un orgullo que marca a los alumnos que descubren en este espacio una fase propia desde la cual expresarse, pensar, discernir y, al mismo tiempo, encontrarse con lo estético, lo bueno, lo bello. Esta grata experiencia solo puede ser superada por el hecho de compartirla con la familia, como es el caso de José Antonio Galeano Mieres y sus hijos Joaquín Galeno, Roberto Galeano y José Galeano.
JOSÉ ANTONIO GALEANO MIERES (1969)
Pertenecer a la Academia Literaria fue, junto con la de acampado, la condición más genuinamente formativa que tuve en el querido Colegio. Si bien en clases aprendíamos asignaturas y conocíamos diferentes áreas del saber humano, en la academia aprendíamos a pararnos frente a un auditorio, ensayar nuestra creatividad literaria, respetar a quienes como uno ostentaban la condición de académicos.
A la academia se ingresaba recién en 4° Curso, que equivale al 1° de la Media de hoy. ingresé en el ’67 como preacadémico y a fin de ese año recibí mi insignia de académico. Desde entonces y hasta hoy el juramento que pronunciábamos (“Prometo defender la cultura y dedicarme a su difusión”) me ha acompañado a lo largo de mi vida. En 1969 pude ejercer, con 17 años, desde la cabeza, la dirección de nuestra histórica institución. Ese fue el más alto honor de mi vida estudiantil, así, sencilla y brevemente.
Era un deleite escuchar poemas y relatos, un poema famoso bien dicho, una crítica realizada con altura y con rigor, o una improvisación bien articulada sobre un tema en particular. Los viernes a la salida de la mañana, era sagrado ir al viejo salón de actos a participar de un auténtico rito de encuentro con la belleza.
En el año ’67, con la presidencia de Juan Manuel Marcos -entrañable compañero y amigo- no contamos con asesor hasta la mitad del año, cuando se produjo el regreso al país de César Alonso de las heras. Desde entonces y hasta mi egreso en el ’69 nuestro asesor fue el gran Alonso.
Respecto a la estructura de las sesiones, el Orden del Día constaba de los siguientes puntos: 1. Lectura del acta de la sesión anterior; 2. Lectura (de algún relato o fragmento de novela famoso); 3. Recitación (en el que se declamaba un poema de autor reconocido); 4. Trabajo (cuando los académicos presentábamos nuestras creaciones, que podían ser poemas o relatos); 5. Crítica (mediante la cual uno de los trabajos de la sesión anterior era sometido al juicio de alguno de nosotros previamente designado); 6. improvisación (punto más temido, que consistía en que, al inicio de la sesión, la mesa directiva -presidente, vicepresidente y secretario- entregaban al orador una frase de autor famoso, que debía ser objeto de exposición fundada, por cinco minutos, al final de la respectiva sesión).
Mis tres hijos varones – que entraron en el San José, como jamás se pensó que podría ser de otra manera – me vieron siempre entre libros y discos. Llegado su momento, los tres fueron académicos y dos de ellos, presidentes, como yo, de la academia, en sus respectivos años (’97 y ’03). Cuando ello ocurrió, sentí íntimamente, la satisfacción de comprobar que la siembra había caído en tierra fértil. y me sentí y me siento inmensamente feliz por ello.
JOAQUIN GALEANO MONTI (1997)
Desde chico escuché historias de mi papá como presidente de la academia. El jamás me obligó ni exigió que yo formara parte de la misma. Al contrario, siempre fue un respetuoso absoluto de nuestra libertad. Pero una vez elegido, fue un orgullo y honor figurar al lado de mi papá en la galería de presidentes, y que luego mis hermanos Rober, como académico y Cochi como presidente también lo hagan.
Ingresé a la Academia en el año 1995, estando yo en cuarto curso, bajo la presidencia de Andrés Molina. Me toco ser secretario de la Comisión Directiva de “Moli” y en la sesión de clausura de ese año tuve el enorme privilegio de recibir el pin de manos del gran escritor y exalumno José Luis Appleyard y jurar como académico con el legendario lema: “Prometo defender la Cultura y dedicarme a su difusión”.
Asumir el compromiso de ir a la academia era nuestra libre elección de compartir con los compañeros de cursos inferiores y superiores nuestros pensamientos, ideas y escritos en un ambiente de amistad y respeto. Recuerdo la sorpresa que tuve la primera vez que fui a la Academia al escuchar la capacidad que tenían los muchachos para escribir y expresarse. Me dije a mí mismo que yo también quería hacerlo.
En el año 1995 nos acompañó el profesor Teodoro Avelino Quintana, la bondad hecha profesor guía, y el ilustre e inacabable Cesar Alonso de las heras como asesor honorario. En el año 1996, mi compadre actual y por entonces presidente, Jorge Angulo Sarubbi logró convencer al padre Alonso para que vaya todos los viernes a acompañarnos. Es imposible olvidar el aura de su respetable presencia y las enseñanzas que nos dio el cura español que aparecía, con una mezcla de vigor y vejez, por la puerta del costado del escenario del viejo Salón de Actos que se comunicaba con los aposentos de los padres. Durante el año 1997, con Alonso ya cansado por el paso de los años, las sesiones ordinarias las hacíamos sin asesor, aunque seguía estando presente como asesor honorario en nuestras Sesiones Publicas.
A las habituales sesiones ordinarias de los viernes a la salida del Colegio, se le sumaban las Sesiones Públicas, de apertura en marzo y de clausura en noviembre. En estas sesiones estaban a lado nuestro, como invitados de honor los mejores exponentes literarios del país: Augusto Roa Bastos, Elvio Romero, José Luis Appleyard, Carlos Villagra Marsal, Ramiro Domínguez, Juan Manuel Marcos, además, claro está, de Alonso. Durante mayo de 1997 se realizó a iniciativa nuestra la Primera Sesión Conjunta de Academias Literarias de diversos colegios capitalinos. Posteriormente se harían reuniones mensuales en el Colegio internacional, La Providencia, Las Teresas, Nacional de la Capital y Monseñor Lasagna.
Durante las sesiones conjuntas, cada colegio era representado por un alumno/a que improvisaba o leía su poema, cuento o ensayo. La academia trascendía las fronteras del colegio, permitiéndonos sentir el extraordinario orgullo de vestir el uniforme del San José en otros recintos estudiantiles, así como también lo hacíamos con el histórico coro del colegio del año 1997, el Centro de Estudiantes y las selecciones deportivas.
Siendo yo un joven muy tímido, ser presidente de la academia fue, antes que nada, una inmensa alegría, al ser escogido por mis pares. y por otro lado, significó el gran compromiso de llevar adelante, en forma independiente, sin asesores ni nadie que nos obligue, con los amigos de la Comisión Directiva y todos los académicos, las sesiones ordinarias y demás actividades. Un aprendizaje único que me sirvió para toda la vida.
ROBERTO GALEANO (1999)
yo nací con una música: “Soneto para Roberto”, cuya letra está escrita por mi papá. Estoy seguro que lo que papá recibió de la Academia influyó en ese soneto como en toda su obra literaria.
La verdad es que nunca sentí presión por formar parte de la Academia, sí sentía que el participar (por lo que escuchaba en las conversaciones familiares) me iba a aportar mucho a mi formación… ¡y así fue!
Por otro lado, fue muy emocionante compartir el mismo espacio con mis hermanos, ver a mi hermano mayor presidiendo este estamento fue algo muy marcante, como lo fue tener a mi hermano menor dando sus primeros pasos literarios. Mi experiencia como académico fue una experiencia de descubrimiento y de mucho crecimiento personal en un mundo inexplorado (hasta ese momento) de creación literaria.
Inicialmente, asistía por la motivación de encontrarme con compañeros de cursos mayores y menores, todos con el mismo interés de ir cultivándonos mutuamente en lo que a letras se refería. Luego, estaba el desafío de ir escribiendo distintos géneros, desde un cuento hasta una poesía, pasando por ensayos e improvisaciones.
Las sesiones tenían su carácter formal pero también un tono distendido, era un espacio realmente distinto para forjar algo nuevo; en definitiva, un espacio con las condiciones para crear y desafiarte permanentemente. Lo interesante de este proceso era el momento en que los trabajos se palpaban finalmente en la Edición de “La Estrella”, que era como el gran hito anual de la Academia, los mejores trabajos seleccionados quedaban impresos en un libro.
Tuve el honor de ser el presidente del Centro de Estudiantes en el año 1999 y fue el gran Victor Vidal Soler el que presidió la Academia excelentemente durante este año. A pesar de los compromisos con el Centro de Estudiantes, las sesiones de la Academia estaban entre mis reuniones semanales
JOSÉ GALEANO MONTI (2003)
Mi experiencia como académico fue bastante rica, en el sentido de que fue una etapa de seis años en la que me tocó trabajar en un aspecto mío que me gustaba y me marcó en buena medida, en lo referente a poder leer, escribir, compartir… sobre todo en una etapa en la que la mayoría de “los perros” no pensaba necesitar explorar ese ámbito o, de alguna manera, lo rechazaba. Creo que un 10 % de mis compañeros pisó en algún momento la Academia Literaria, y creo que de ese porcentaje fuimos pocos los que participábamos constantemente de las sesiones de los viernes.
Esos encuentros eran una especie de laboratorio, de prueba, ensayo, error, donde podíamos leer nuestras propias obras. Era agradable escuchar “qué bueno estuvo tu poema” y dolían ciertas críticas de la profesora Bianchi, que estuvo asesorándonos durante el periodo en que participé de la academia (de 1998 hasta el 2003). Pero daba gusto cuando ella decía “se nota que estás creciendo” o “se ve que tenés un estilo propio”.
De alguna manera, fue encontrarme con una fase de mi vida que, de no haber sido por la academia, no la hubiese encontrado. Fue muy interesante descubrir que, luego de haber escrito poesías, cuentos, ensayos, se me daba mejor escribir estos últimos, desde los que me sentía más cómodo, más fuerte. hasta hoy día sigo aplicando esta forma de expresión.
Este desafío y compromiso me motivaba a seguir participando cada viernes; mientras los compañeros almorzaban, dormían la siesta o jugaban con un Nintendo 64, algunos participábamos, movidos por el sentido de responsabilidad de representar al colegio en las sesiones conjuntas con otras academias o por la historia que había detrás de la Academia Literaria, la primera del colegio.
De parte de mi papá o de mis hermanos no hubo un mandato expreso de ir a la academia, pero fue, por suerte, algo que heredé al escuchar que estaba bueno ir a ella, que estaba bueno representar a esa parte del colegio San José.
Me tocó ser, por un lado, presidente de la academia y, por otro lado, abuelo de la hinchada. Estas dos cosas aparentemente muy diferentes o polarizadas, eran partes de mi personalidad, y yo sentía que pertenecía de igual manera a ambos espacios. Así también me tocó ser acampado, pero no me tocó pertenecer a ninguna selección. Todo lo viví de manera plena.
En 5° curso fui vicepresidente y en 6° curso fui presidente. Fue un gran orgullo haber sido presidente de la academia, un año antes de su bicentenario. Por más que no había mucho en lo que innovar, desde mi elección pensamos con los compañeros qué íbamos a hacer, a quiénes íbamos a invitar, etc. Motivamos a otros compañeros a participar, y creo que la mayoría de mis mejores amigos pisó la academia gracias a la invitación personal que hacíamos.
El que mi papá y mis hermanos hayan sido de la academia no fue un peso, pero sí una influencia, significó un valor que había que dejar siempre muy en alto. Además, me tocó vivir con Roberto la academia; escuché cosas suyas, me emocioné con sus poemas y cuentos, eso contagiaba y, de alguna manera, incentivaba a que yo también quiera formar parte del estamento.