Carlos Luis Quevedo, exalumno promo 1972, se sumergió en una experiencia inolvidable durante el verano de aquel año al desempeñarse como jefe de campamento.
La noche del asalto fue un momento tenso que puso a prueba nuestra determinación y solidaridad, pero también nos enseñó valiosas lecciones sobre el trabajo en equipo y la importancia de mantener la calma en situaciones difíciles.”
En medio de desafíos, camaradería y momentos de tensión, Quevedo compartió anécdotas que perduran en su memoria hasta el día de hoy.
Acompañado por un equipo de comandos que incluía a destacadas figuras como el Capellán Joaquín Chivite, el subjefe Alejandro García de Zúñiga y el guardia especial Miguel Vivo Olmedo, Quevedo enfrentó situaciones inesperadas que pusieron a prueba su liderazgo y determinación.
En esta entrevista, Quevedo comparte sus reflexiones sobre aquellos días y revela la esencia de los campamentos que marcaron su vida.
Los campamentos fueron una combinación única de desafíos, camaradería y enseñanzas que marcaron mi vida para siempre.
Una de las cosas que el Padre Echeverrya, el director del colegio, me dijo cuando iba a ser jefe de campamento fue muy importante. Me dijo: “Ahora vas a ser jefe de campamento, tienes que hacer respetar al capellán siempre, porque es la seguridad para los padres, de que el colegio está involucrado en el campamento y eso les tranquiliza”. Y así fue, nosotros siempre le hemos respetado a los capellanes.
En mis campamentos teníamos concursos de oratorias en cada grupo, lo cual daba puntajes a los equipos. Por ejemplo, teníamos debates a las dos de la tarde, luego conferencias y después se rezaba el rosario. Después de eso, teníamos la cena y el fogón. Fueron momentos muy especiales y significativos para todos nosotros.
í, hubo una noche especialmente complicada en la que tuvimos varios asaltos, con asaltantes que ni siquiera eran exalumnos. Recuerdo que mi amigo Poison me dijo: “Tú quédate aquí”, pero yo, como buen cobarde, decidí salir. Fue entonces cuando el guardia especial, “El Vivo” Olmedo, me salvó. Le pegó una trompada al asaltante que me agarró, y gracias a eso pude escapar. Fue una situación intensa y definitivamente una lección aprendida.
Los asaltos podían venir de diferentes lugares, pero los asaltantes suponían que la esquina era el punto más fácil. Sin embargo, descubrimos que el mandiocal era una parte mucho más discreta para entrar. Recuerdo que Joaquín Chivite también salió a defender esa noche, lo cual demuestra la solidaridad y el trabajo en equipo que caracterizaba a nuestros campamentos.
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