Categorias: Iglesia

R.P. Juan Pucheau

Semblanza de uno de los sacerdotes extraída del libro Historia del San José, del P. César Alonso de las Heras

Nació en Barcus (bajos Pirineos-Francia) en marzo de 1880. Hizo estudios secundarios en el colegio de Mauleon del mismo departamento, que terminó con un brillante título de bachiller.

Sintió vocación sacerdotal e ingresó en la Congregación de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram. Su atracción por la vida apostólica y misionera lo llevó, joven aún, a la Argentina, donde fue ordenado sacerdote en 1904.

Actuó primero en el Colegio del Sagrado Corazón de Rosario, poco después en el Colegio de la Inmaculada de Montevideo.

En 1912 llega al Colegio San José de Asunción y aquí permanece hasta su muerte, acaecida el 19 de abril de 1953. Más de cuarenta años de intensa vida de profesor, escritor, predicador. Ni aun en los últimos años acusaba cansancio en su apostolado.

Como profesor tenía dos facetas que podían parecer contradictorias: enseñaba Ciencias Naturales y Filosofía, además de sus clases de religión. Sus clases con frecuencia se convertían en verdaderos debates.

Reunía a la juventud de diversos colegios o de la universidad para discutir con ellos las cuestiones del día, nacionales e internacionales, sobre todo en lo socio-político, iluminándolos con la doctrina de la Iglesia.

Fue director del Colegio de San José desde 1924 hasta 1930 y con él se construyó la segunda parte del colegio con la torre. En la quinta (campo de deportes) mandó construir un pileta de natación.

Consiguió del Ministerio de Educación el derecho de rendir examen en el propio colegio, derecho que hoy tienen todos.Terminado su periodo, fue destinado a Montevideo, pero el Nuncio y Mons. Bogarín intervinieron para que siguiera en Asunción.

Como escritor, además de muchos artículos en la revista religiosa “Reinará”, escribía en el “Boletín de la Academia” (primera época) en los diarios de Asunción y sobre todo en la revista “Acción” con el simbólico seudónimo de Vindex (Vengador) en épocas en que la religión era atacada. Le tocó también dirigir la Academia Literaria.

En todo fue siempre un gran apóstol, siguiendo la obra del P. Cestc y después del P. Bordenave, dio mucho impulso a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Desde que llegó a Paraguay, estableció la obra de los retiros espirituales, para toda clase de personas.

Con el P. Mena, en 1920 funda la Federación de la Juventud Católica, levadura para la Acción Católica, que siguió después. A esa juventud la acompañó y animó siempre.

Crea dos grupos de scouts, el “San José” para el colegio y el “Capitán Figari” para los muchachos del barrio. Es el iniciador de los campamentos juveniles, a su influencia se debe el terreno detrás del cerro de San Bernardino, su campamento.

Todos los días hace el recorrido de los enfermos o familias mal avenidas. Socorre a cuanto necesitado acude a él. Siempre está su despacho lleno de jóvenes, siempre está con planes nuevos. Siempre en la brecha, infatigable.

Su influencia era bien conocida y a veces temida. Se había consagrado en su cuerpo y alma al Paraguay. También durante la guerra del Chaco, en que el colegio se convirtió en Hospital de Sangre, el P. Pucheu se encargó de la asistencia espiritual de todos los soldados internados, juntamente con el P. José Saubatte. Su muerte, acaecida el 19 de abril de 1953 fue sentida por todos: grandes y chicos, humildes y encumbrados. Sus scouts del Capitán Figari montaron guardia todo el velorio.

La misa de cuerpo presente se celebró en el gran patio del colegio. Cantó el coro del seminario. Asistieron todas las clases sociales. Presidía el Nuncio, con el señor Arzobispo; varios miembros del gobierno estaban presente.

Quien lo recuerda, lo ve dinámico, emprendedor, verdadero cazador de almas, un vasco con temple enérgico que no cedía; plantado junto a la puerta de su despacho, cuando los alumnos salían en fila por la avenida de las palmeras, con una señal, llamaba a alguno para hablarle. Su conversación terminaba frecuentemente en confesión. Era edificante verlo en el confesionario detrás del altar mayor de la primera iglesia, con una fila de hombres a cada lado que se acercaba a él para “reconciliarse” o recibir consejo.

La semblanza del P. Pucheu comprende un caudillo de juventudes, un profesor apasionado y un apóstol lleno de Dios.

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