Semblanza de uno de los sacerdotes de la historia del San José, extraída del libro del Padre Cesar Alonso de las Heras
Otro hijo de la tierra de Béarn (Francia). El P. Belloq nació el 20 de octubre de 1886. A los diez años entró en el colegio de Bétharram, pero debido a la expulsión de los religiosos de Francia, a principios de este siglo, el joven Belloq hubo de terminar los estudios secundarios en Lesves, Bélgica
Siente vocación religiosa y es enviado a Belén (Tierra Santa) para el tiempo del noviciado. Allí también, se dedica, en seriedad, a la Filosofía y a la Teología, estudios que culminan con la ordenación sacerdotal en Jerusalén. Vuelve a Europa, permanece unos meses con los suyos y Io destinan al Colegio San José de Asunción, adonde llega a fines de febrero de 1911.
Dinámico, activo, lleno de bondad, se dedica con todo empeño a la obra del colegio que, precisamente ese año, abre el 4° curso, bajo la firme dirección del P. Suberbielle. Participará de la alegría y el acicate de los primeros bachilleres.
Aunque dispuesto y preparado para todo, se irá destacando en la enseñanza de las ciencias. Le tocaron las alegrías y las penas, incertidumbres de años convulsos: las inquinas contra el colegio, los burdos ataques al santo varón Cestac, la guerra del Chaco, la revolución de febrero del 36, con temor a ideologías quizás más temidas que reales. Como ocurre en las comunidades religiosas, con miembros dispuestos y bien preparados, el Padre Belloq fue profesor, pero también prefecto de disciplina, ecónomo, párroco y por fin director desde 1935 a 1941. Y, a veces, todo un poco al mismo tiempo.
Fue profesor competente, sicólogo, bueno; se le respetaba por su entrega y saber. Prefecto, casi lo desempeñaba a regañadientes pues no era un hombre de sanciones ni casi de reglamentos; la rutina noble, eficaz, del heroísmo diario, se convertía en sagrada Constitución.
Alguna vez, empero, era obligada la severidad, la amonestación severa, firme. El padre alzaba la voz, se congestionaba, las venas del cuello sobresalían como impulsos de un corazón buenísimo que debía increpar, doliéndole a él. Ecónomo o administrador, velaba, solícito, por todo el San José material y humano. Era responsable y se cuidaba de todo. No siempre era fácil; la comida abundante pero poco variada; de Argentina se traían enseres escolares, y muchos libros venían de Francia. Todo Io apuntaba cuidadosamente el padre. Como también recibía bastantes regalos, la comunidad se beneficiaba de ellos. Sabía ser agradable y dadivoso.
Con el tiempo, partidos el P. Cestac y el P. Bordenave, al P. Belloq le cupo la delicada misión de cura párroco. Su entrega a las almas seguía la estela luminosa, que aún brillaba, de sus antecesores.
Desarrolló, a corazón abierto, toda su bondad para los numerosos fieles de la parroquia. No escatimó ni tiempo ni esfuerzo aun cuando los P.P. Lousteau y Saubatte lo acompañaban en el quehacer espiritual. Con él se mantuvieron florecientes todas las asociaciones religiosas que hacían de la «Capilla» de San José un centro no sólo concurrido sino fervoroso.
Del 35 al 41 fue director abnegado -siguió en sus clases de ciencia- vigilante y sobretodo cordial. Le tocó el último año de la guerra del Chaco, le tocó la organización y muchas responsabilidades del Congreso Eucarístico, le tocó la angustia de la revolución febrerista, en que se vio privado de dos pilares del Colegio, padres Pucheu y Noutz. El P. Belloq estuvo en todo, alegre, confiado y si las dificultades ensombrecían el ambiente, nunca perdió la calma que brotaba de un espíritu sereno, de sus dotes de componedor, de su gran virtud en suma: entregado en todo a los brazos de Dios. En él estaba su confianza y su fuerza. Desplegaba toda su habilidad, todas sus amistades y esperaba el éxito de Dios.
Terminado su segundo período de director, en junio del 41 fue destinado al estudiantado de Adrogué y poco despúes al noviciado que la Congregación tenía en Gan (cerca de Pan), con un grupo de numerosos españoles. Pronto los conquistó a todos por su bondad. Se admiraban los novicios de comprobar cuánto hablaba de su Paraguay, cuánto quería a este país y sobretodo con cuánta alegría recibía a los paraguayos que daban ese rodeo de Gan, para ir a abrazarlo. Gran hombre, gran educador, gran sacerdote.
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