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El día que nos encontramos en un hospital, cargando a un bebé y transformándonos en padres, nos prometemos mucho. El niño o niña que cargamos lo tendrá todo, será exitoso, un ser humano de bien, y todo porque nos esforzaremos y redoblaremos ese esfuerzo para ser los mejores padres. Estos buenos propósitos, tristemente, a veces se pueden desfigurar si no se les da un seguimiento adecuado, confundiendo “dar lo mejor” a la familia con “darles muchas cosas”. Pero, ¿qué es lo que conviene heredarles?
Los japoneses tienen un proverbio que dice: “Cuando los padres trabajan y los hijos disfrutan la vida, son los nietos los que mendigan”. Esto nos dice que, más importante que prepararles una jugosa herencia o preocuparnos por que no les falte nada material durante el tiempo que estén bien cuidados en el nido paterno, el patrimonio fundamental que podemos dejar a los hijos está en las lecciones que podamos comunicarles.
A continuación, compartimos algunos bienes no tangibles que podríamos dejar como legado, y que, sin duda, serán muy agradecidos.
ANÉCDOTAS
Hay dos preguntas que deberíamos hacernos con frecuencia. La primera es: ¿cuánto tiempo pasamos con nuestros hijos? y la segunda, incluso más importante: ¿de qué manera? Esta interrogante es aún más definitoria, pues de nada sirve pasar una, dos o hasta tres horas al día “juntos”, pero sin convivir, sin involucrarse, sin compartir. Porque puede estar uno a lado del otro, pero sin emitir palabra, mirando una película o chateando – a veces entre sí – por el celular.
No es malo ver un partido juntos, pero también es necesario rescatar algunos minutos para conocer al hijo, en parte, pero también para que el hijo conozca al padre. ¿Cuántas anécdotas de nuestra infancia ya hemos contado? ¿De nuestra juventud? ¿Del colegio?
Esto es significativo no solo porque formará el concepto que nuestros hijos conserven de nosotros, sino porque mediante estas historias también les transmitimos una enseñanza: no copies en el examen, valorá a los amigos, nunca trates mal a otra persona, no juzgues, etc.
LECCIONES… Y, SÍ, TAMBIÉN CON REPRIMENDAS
Se ha confirmado que los hijos aprenden mejor cuando la educación no es sinónimo de agresión. Pero, es un hecho, muchos padres han mal entendido esto, creyendo que no castigar físicamente a los hijos equivale de alguna manera a “abajarse” a su nivel, siendo un amigo más, pero de aquellos que solo están para señalar lo positivo y evitarles – ¡Dios no quiera! – una frustración.
Las lecciones que podamos dejar a nuestros hijos están tanto en los buenos como en los malos momentos que deban pasar. Si es necesario castigar, quitándoles la posibilidad de ir a una fiesta, quedarse sin el celular por un tiempo determinado, o reducir las horas de televisión o Netflix… bueno, así debe ser.
Es necesario que los niños de hoy en día aprendan a equivocarse, sí, pero también a reparar el error con responsabilidad, respondiendo ante quien corresponda por aquello que hicieron mal. Es necesario que vivan la frustración, el arrepentimiento, que aprendan a disculparse… pero también a ingeniarse para descubrir la mejor manera de resarcir la falta.
MOTIVACIÓN
Se puede motivar e impulsar sin exasperar. Es necesario incentivarlos a realizar actividades extracurriculares, deportes o expresiones artísticas o musicales, desde las cuales seguirán aprendiendo y, sobre todo, adquirirán la seguridad y perseverancia para buscar y aprovechar oportunidades. Pero nuevamente sin exasperar, permitiendo que disfruten de estas actividades.
VALORES
Todos tenemos clarísimo que lo más valioso que los hijos llevarán de la educación que podamos ofrecerles es, valga la redundancia, los valores. Pero, por distintas circunstancias que pasan desde la falta de tiempo hasta la comodidad o incluso un mero despiste, pretendemos que absorban la ética y la moral desde una instrucción teórica, largos sermones y palabras sabias.
Sabemos que el mejor tutor es el ejemplo. Todo el mundo lo dice. Todos recomiendan empezar la prédica mostrando con las propias acciones cómo se debe proceder. Pero, si hiciéramos un examen de conciencia sincero, principalmente con nosotros mismos, ¿aún hay algo que podamos mejorar de nosotros, para adquirir una virtud que luego nos gustaría ver reflejada en nuestros hijos?
También solemos decir que deseamos que nuestros hijos no solamente tengan más de lo que nos tocó tener, sino también esperamos que sean mejores personas de las que nosotros fuimos. Pero eso no exime del deber intentar ser esa mejor persona. De esta manera, aun con fallas, la imagen que quedará grabada en los hijos será: “mi viejo se equivocaba, pero doy fe de cómo luchaba por corregirse”.
EXPERIENCIAS
Al hablar de lo que podemos legar a nuestros hijos ya mencionamos la palabra y el ejemplo. Pero también es muy importante “dejarlos solos” en algunas oportunidades, para que aprendan a valerse por sí mismos y poner en práctica los consejos que con tanta paciencia quisimos inculcarles.
La virtud no es otra cosa sino un buen acto repetido hasta formar parte de uno mismo. Resaltamos “acto repetido”. Es necesario que ellos se ejerciten en los valores que les transmitimos. Esto no equivale a ponerlos frente a algún peligro para ver si sobreviven, pero para evitarlo tampoco es necesario resguardarlos hasta que tengan la mayoría de edad – que, para algunos padres sobreprotectores, empieza a los treinta o cuarenta.
Debe existir un punto medio, un equilibrio entre la responsabilidad que puede asumir el niño o joven, en las circunstancias en las que se pueda desenvolver sin peligro, pero reafirmando su autonomía, independencia y responsabilidad.
Por poner algunos ejemplos: no hacer la tarea de los chicos, dejar que ellos aprendan de laboriosidad y esfuerzo por sí mismos; no justificar un mal comportamiento de ellos ante sus autoridades, dejar que ellos respondan por sí mismos con honestidad y con ánimo de enmendarse; no intermediar en discusiones entre ellos y otros compañeros, deben experimentar la desilusión y la conciliación; no desesperar si hay que hacerles esperar un poco en el colegio, porque no alcanzamos a buscarlos puntualmente, deben ejercitar la comprensión y la empatía hacia los padres o tutores que trabajan y también se pueden atrasar… o, de tener la edad suficiente, ser ellos mismos quienes puedan caminar o tomar un medio de transporte para volver al hogar, cultivando su autogestión.
Pueden haber muchos más ejemplos, pero cada familia decidirá la medida y el tiempo que sus hijos necesitan.