Categorias: Catering

Pasión por aprender y por emprender

Axel Brown, Exalumno promo 2016 y responsable de Brown Paellas y Mola, está convencido de que “de los errores se aprende” y considera que esta frase no es un simple cliché. También considera que seguir adelante es obligatorio, por más de que la vida te ponga muchos obstáculos. Todo eso lo aprendió en casa, en la empresa familiar de la que forma parte y en el Colegio San José, su segundo hogar.

Hoy Axel es un entusiasta emprendedor y, para llegar al éxito, fueron muchas las caídas de las que tuvo que levantarse y varias las experiencias de las que quitó siempre algún aprendizaje. En esta nota, nos cuenta cómo fueron los primeros pasos y cómo es el presente de Brown Paellas y Mola, las dos empresas gastronómicas que nacieron en el seno de su familia.

Estamos muy orgullosos de este trabajo porque es duro, nosotros no contratamos a nadie para que nos gerencie nada: nosotros somos Marketing, somos Recursos Humanos, somos Comercial.

¿Podrías contarnos cómo surgieron las empresas de tu familia?

En mi familia hay dos empresas. Una es Brown Paellas, que nació en 2015 y es 100% gestión de mi padre, Tomás Brown. En 2020 nace Mola, que surge de Brown Paella con un tinte español. En España se usa mucho la palabra “mola”, que es un término que se utiliza cuando algo da gusto o es muy rico. Es un término muy versátil. En plena pandemia, mis hermanos y yo, que en total somos seis, pero los que seguimos viviendo con mis papás somos tres, teníamos ganas de usar esto que es tan rico, como lo es la paella y también la cultura española. Con ayuda de mi mamá, creamos el primer sándwich de Mola, que es el Sevilla, que es un sándwich de camarones apanado con morrones asados, perejil y una mayonesa alioli. El primer mes pensamos que íbamos a vender 50 sándwiches y terminamos vendiendo 750. De ahí empezamos a jugar un poco con lo que es la cultura española y mezclarla con la cultura paraguaya, que es más de carne, de pollo.

Fueron saliendo nuevos sándwiches, que son el Madrid y el Granada, que fueron los siguientes hijos de Mola. Fuimos creciendo y tratamos de ir amoldándonos a este producto que es una especie de mezcla de cultura de ambos países, España y Paraguay. Nosotros no tenemos ninguna raíz española, pero nos involucramos porque mi abuelo paterno hacía unas paellas riquísimas y se lo enseñó a mi papá. Entonces, tenemos muy instalada en nuestra familia la paella y también buscamos innovar a través de la cultura española.

Haber comenzado en plena pandemia en el rubro gastronómico implicó muchas dificultades. ¿Cómo vivieron esa etapa siendo que el primer año suele ser difícil para un emprendimiento?

En ese momento me pregunté: ¿Por qué esto no habría de salir bien? Nuestros productos, como se suele decir, son demasiado ricos. Yo no como mucho camarón, sí como muchos mariscos y el 70% de nuestros productos son mariscos. Uno puede vender muchísimo por los ojos, pero a la hora de probar es cuando se concreta una venta exitosa.

Creo que nos ayudó mucho el hecho de que nuestros productos sean de calidad y algo que no puedo dejar de lado jamás: mis amigos me bancaron muchísimo es primer mes, recomendando y comprando nuestros productos. Ahí se expandió de boca en boca, esparciéndose por nuestra comunidad.

¿Cómo fue la etapa de crecimiento?

Mes a mes fuimos levantando las ventas, fuimos cambiando los números, costos y presupuestos, hablamos con los proveedores. Como fuimos creciendo, tuvimos que buscar mejores proveedores que se adapten a nuestros estándares de calidad.

Ese fue un desafío muy interesante que pudimos llevar adelante y nos sacó de nuestra zona de confort.

Además, durante la pandemia estábamos todo el día sin poder movernos y no podíamos ir a visitar las panaderías, todo era a través de llamadas. La empresa nació en agosto de ese año, luego nos fuimos a San Bernardino el verano siguiente, fue una experiencia muy interesante donde aprendimos muchísimo.

Todo ese primer año nosotros cocinamos en la lavandería de nuestra casa, hicimos un espacio entre lavarropas y secarropas y colocamos ahí nuestra freidora.

Luego todo se agrandó y salimos a nuestro garage porque ya había más fritadoras y más hornos. Luego, como se dice “no hay mal que por bien no venga”, el dueño de la casa, que era alquilada, nos pidió la casa y tuvimos que salir de vuelta de nuestra zona de confort.

Tuvimos que salir a buscar una casa que ya pueda ser nuestro local. Ahora miramos para atrás y vemos dónde comenzamos y dónde estamos ahora y es para sentirse orgulloso porque, con sus idas y venidas, con sus altibajos, estamos profesionalizando nuestra empresa.

Antes yo y mis hermanos cocinábamos, hacíamos los pedidos y el delivery, así como mis padres y la chica que trabajaba en nuestra casa.

Luego fuimos contratando gente, uno a uno, al punto de que ahora puedo verificar a distancia cómo van los procesos de la empresa. Entonces, es como que ya tiene total autonomía el negocio. Nuestro objetivo ahora es tener un local propio para el negocio a corto o mediano plazo.

No solo el inicio de un negocio es difícil, sino también cuando se pasa a la etapa de consolidación. ¿Cómo fue ese momento para encarar el desafío?

Era tan exitoso el negocio que de repente había más pedidos que manos que puedan hacer los sándwiches.

Yo trabajo muy bien bajo presión, pero en mi familia se desesperaban porque no íbamos a llegar a tiempo para los pedidos. Varias veces, como cualquier otro emprendimiento gastronómico, llegábamos a entregar muy tarde los pedidos, pero de los errores se aprende.

Hay que fallar para detectar dónde está al error y seguir adelante sin parar, eso fue lo que hicimos. Nos quejamos, dicutimos, pegamos el grito al cielo por lo que hicimos mal, pero al día siguiente se vuelve y se trata de mejorar. Recuerdo que una vez hicimos una promoción con un banco en plena pandemia. Nosotros teníamos un solo Pos e hicimos promoción de tarjetas.

Caían dos pedidos que llegaban a través del Pos y nosotros ya no llegábamos. Ese día fue un desastre, pero al día siguiente solicitamos más Pos. Pasamos de una máquina a tres, luego pasamos a seis y ahora ya tenemos diez.

Al crecer el negocio, eso implica empujar más hacia afuera y ese empuje requiere de energía y esfuerzo, requiere contactar con proveedores, contratar más personal.

El crecimiento en cuanto a infraestructura implica tener un capital y eso conlleva a que, si eso no se tiene, solicitar un préstamo y de allí pagar las cuotas.

¿Cómo se hace para quitar un aprendizaje de los errores que siempre surgen cuando hay un nuevo emprendimiento?

Todo lo que vivimos y pasamos tuvo mil errores y los va a seguir teniendo, pero de los errores se aprende, por más de que parezca un cliché. Muchas veces, fue tanta la desesperación que pensamos en cerrar el local. Luego, pensando en frío, reestructuramos las cosas, cambiamos mil veces de sistema de trabajo, todo esto te obliga a estar en movimiento, en ir pensando.

Crecer en plena pandemia fue un desafío mental, intelectual y emocional porque, como nuestros recursos humanos no eran suficientes, tampoco teníamos los recursos materiales y eso era frustrante. Te daba mucha ansiedad pensar demasiado y hay que saber manejar eso. Siempre le digo a mamá que, cuando tenemos un problema grave, dentro de un año nos vamos a estar riendo de eso. Los problemas y errores te invitan a adoptar nuevas medidas y nuevas estrategias. Si nosotros seguíamos en una cocina, nunca íbamos a dar abasto a todo lo que estamos vendiendo ahora.

LECTURA
Un “sanjo” con todas las letras
Cuando el negocio “pinta bien”

Ahora probablemente vendamos mil sándwiches por semana o más, eso fue lo que conté hace seis meses. Quizás ahora mismo estamos vendiendo de 1.500 a 2.000 sándwiches por semana. Estamos muy orgullosos de este trabajo porque es duro, nosotros no contratamos a nadie para que nos gerencie nada: nosotros somos Marketing, somos Recursos Humanos, somos Comercial. Hay una estadística que dice que el 80% de los emprendimientos no sobrevive el primer año y nosotros ya vamos por el cuarto y pretendemos seguir para más.

¿Algún mensaje que quiera compartir con la comunidad del San José?

El Colegio San José me forjó tanto académica como emocionalmente, mi personalidad se formó gracias al San José. Todo lo que viví con mis compañeros y compañeras hizo que yo vaya aprendiendo día a día. Yo ahora saco estas conclusiones. Cuando era adolescente no veía el mundo de la misma manera en que lo estoy haciendo hoy, pero miro atrás y pienso que hoy por hoy soy quien soy gracias a la cultura del San José, a todos los estamentos.

Todo ese choque de personalidades en la adolescencia hace que uno tenga que adaptarse a ese ecosistema que es el San José.

Todos los que estuvimos ahí y los que están ahora ahí están tratando de adaptarse y compartir ese desafío, que es lo que hace que el San José sea tan fraterno y sigamos hasta este momento tan vinculados a él. Mi papá se sigue juntando con sus compañeros del San José y él es promoción 76. Todo lo que uno vivió en el campamento te invita a que si hay una caída que tenés a pararte de vuelta porque tenés que presentarte de vuelta inevitablemente.

A pesar de haber recibido tantos golpes y caídas en la vida, uno tiene que volver a pararse y seguir adelante, eso es obligatorio y es lo que aprendí en el colegio.

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