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Semblanza de uno de los sacerdotes extraída del libro Historia del San José, del P. César Alonso de las Heras
Luciano Cestac nació en Bearn, Francia, el 7 de enero de 1866. En Betharram recibió su primera formación. Fue ordenado sacerdote en 1891 y desde entonces hasta 1903 ejerció la docencia en el colegio de Betharram y en el de San Luis, de Bayon
En 1904 fue enviado al Colegio San José de Buenos Aires. Su caridad de sacerdote lo llevó a crear una escuela gratuita anexa al colegio.
En 1907 se trasladó al Colegio de San José de Asunción, tenía ya 41 años y en este colegio permanecería 17 años, hasta 1924, año en que lo nombran Superior de la Comunidad de la Iglesia de San Juan, en Buenos Aires.
Como profesor tenía una preparación de primer orden y una responsabilidad que le hacía cumplir a pesar de los numerosos trabajos que desarrollaba como encargado de atender la capilla o como apóstol que parecía estar siempre a caballo. Lo adornaban una inteligencia superior, un gran don de gentes, exquisita sencillez y caridad.
Durante su permanencia en el colegio, aunque más crecía su apostolado afuera, nunca dejó de dar sus doce o catorce horas de clase, en los cursos superiores. y no siempre era sencillo ni fácil. Cuando su apostolado se extendió afuera del colegio, particularmente en el tiempo de la peste, llegaba a clase agotado.
Al mismo tiempo, la Capilla se convertía en un foco de espiritualidad, merced a las confesiones y dirección espiritual de señoras y señoritas que eran portadoras de simiente religiosa en sus respectivos hogares.
Como sacerdote apóstol, lleno de celo por la salvación y santificación de las almas, hasta la llegada del P. Pucheu, en 1912, se dio de lleno a la atención espiritual de todo
El alumnado del colegio. Paulatinamente, como crecimiento normal de su entrega, el P. Cestac recorría los barrios carentes de sacerdotes de la Chacarita, las Mercedes, Jara, Ciudad Nueva, Pinozá y reunía a niños de cien y doscientos para prepararlos para la Primera Comunión, y daba conferencias a los mayores.
Fundó numerosas asociaciones piadosas que atendía personalmente y se encargaba de alentarlas con sus conferencias y retiros espirituales.
No publicó ningún libro, pero escribió muchísimo, sobre todo en el semanario “El Bien”, del que fue diez años director, y la revista “Reinará”, órgano del Apostolado de la oración y devoción al Sagrado Corazón, que él fundó.
Con quien sobre todo contaba el P. Cestac era en Dios, en el Corazón de Jesús cuyas palabras meditaba: “Sin Mí, nada podéis hacer”. Su apostolado estaba fundado en la oración, en una vida espiritual acendrada y conmovedora. Llamaba la atención la manera de rezar las oraciones públicas, en alta y clara voz; sobre todo la Santa Misa, que más parecía cantada que rezada. Rezaba en todas partes, en la calle, en el acompañamiento de los difuntos, en los tranvías, haciéndolo en voz alta para que los presentes, en vez de charlar se unieran a sus preces.
En 1924 el P. Cestac fue nombrado Superior de la Residencia de San Juan (Alsina y Piedras) de Buenos Aires. El P. Cestac era buen discípulo de San Miguel Garicoits: la voluntad de Dios le llegaba a través de las disposiciones superiores. No manifestó ninguna contrariedad, aunque mucho debió afectarle.
Le tocó sobre todo una tarea ardua y delicada. El monasterio de Clarisas, adjunto a la iglesia y otro de carmelitas, estaban bastante relajados. El P. Cestac fue nombrado visitador apostólico para subsanar lo que notara mal y reformar el monasterio. Al poco tiempo reinaba la regularidad; aún más, el celo del reformador hizo que brotara en la comunidad un gran fervor interior.
Sin embargo, su salud ya quebrantada se resintió. A los cuatro años, hizo crisis el cáncer que sin duda ya le minaba. Aun enfermo, el mes de enero de 1928 predicó dos tandas de ejercicios a los religiosos de la congregación, en la quinta de Martín Coronado. Con un esfuerzo sobrehumano, lo pudo llevar a cabo, con su vehemencia de siempre, sobre su tan querido tema, el Sagrado Corazón.
Al concluir, lo llevaron a la Casa de San Juan. “Soy un hombre acabado”, dijo a uno de los padres. Al día siguiente lo internaron en la casa de Barracas, donde lo atenderían mejor. Durante su enfermedad quedó bien patente su gran piedad, su paciencia y su conformidad con la Voluntad de Dios. Sus últimos momentos fueron como la coronación de su vida.
La creencia general fue que moría en olor de santidad. Era el 17 de enero de 1928. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de la Chacarita.