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Entrevista a Luis Alberto Lima, Exalumno de la promoción de 1960
Luis Alberto Lima fue Medalla de Oro de su promoción (1960). Al consultarle respecto a los factores que incidieron en que recibiera esta distinción, afirmó que esta fue apenas una consecuencia de todo lo recibido en el gran colegio San José. Para saciar la “curiosidad” editorial, nos escribió el siguiente texto, contando cómo fue su experiencia en esta casa de estudios.
Mi contacto con el colegio comenzó cuando mis padres decidieron que ya era hora de iniciar mis estudios en una institución educativa. Eligieron el San José y me llevaron para realizar la inscripción. La misma debía realizarse con el propio director del colegio, en ese entonces el P. Miguel Rigual, quien nos recibió en su despacho.
Mientras mis padres conversaban con el director, dando los datos requeridos para la inscripción, yo tomé entre mis manos un ejemplar de “La Tribuna”, diario que circulaba en ese entonces y comencé a leer en voz alta los titulares. Recuerdo que una palabra que se repetía en varias partes era “Berlín”, la capital de Alemania, ocupada entonces por los ejércitos vencedores de la 2ª guerra mundial.
Cuando el P. Rigual se percató de ello, me hizo leer parte de un artículo del diario. Después, me puso unos ejercicios de sumas y restas. Luego de que ejecutase todas estas tareas, el director se dirigió a mis padres: ”Este chico ya sabe lo que le enseñarán en el primer grado. Ahí se va a aburrir, por lo que le inscribiremos directamente en el 2º grado”. Así, con mis 6 años, de repente, me encontré en el 2º grado. Corría el año 1950, de ahí en adelante nunca ha dejado de existir un Lima en el colegio (entre hermanos, hijos, nietos y sobrinos), hasta el día de hoy.
Desde entonces hasta nuestros días, muchas cosas han cambiado en la organización y contenido del sistema educativo. Los tres primeros años de la primaria teníamos clases de mañana y tarde con maestras diferentes en ambos turnos y en el plan de estudio teníamos, en forma obligatoria, la enseñanza del francés.
Recuerdo a mis dos maestras del segundo y tercer grado, Margarita Rodríguez y Graciela Ruttia Pedretti, por sus hermosuras podrían ser reinas de belleza, todos estábamos enamorados de ella. También recuerdo a la mejor maestra que tuvimos en la primaria, la maestra de quinto grado, la Sra. de Rojas. Con ella aprendimos muchísimo, sobre todo a razonar.
Una de las fortalezas del Colegio, era su cuerpo de profesores. Si bien los tres primeros años de la secundaria – a excepción del profesor Cardozo (Matemáticas del primer curso) -, prácticamente todos nuestros profesores eran sacerdotes de la congregación, con sus luces y sus sombras, en los tres últimos tuvimos profesore que han marcado profundamente nuestra formación.
Entre ellos, Luis Berganza (Botánica), quien llegó a ser Rector de la Universidad Nacional de Asunción; Luis Alfonso Resck (Geografía), paladín de la lucha por la libertad y por los derechos humanos; Jerónimo Angulo Gastón (Derecho Usual), quien llegó a ser presidente de la Asociación de Exalumnos; Villamayor (Trigonometría y Física); Camilo Pérez Chase (Electricidad), Jerónimo Molas (Química), un sabio; y, por supuesto, el gran maestro que fue el P. Marcelino Noutz, profesor de Raíces Griegas y Latinas, revista de la Historia e Historia del Paraguay.
Una cualidad que le reconozco al colegio fue la formación religiosa inculcada desde los primeros años de la primaria.
Las clases de religión, la misa de los viernes, la preparación para la Primera Comunión (la mía realizada en junio de 1951), los retiros espirituales y el capítulo propio de la Acción Católica. Como consecuencia de esta, la realización de los famosos campamentos, porque los mismos eran organizados por los dirigentes de la Acción Católica y constituyeron una escuela de formación formidable.
Participé en mi primer campamento en el invierno de 1955, estando en el primer curso. Desde ahí llegué a participar en 11 campamentos, primero como acampado y luego como “comando”, porque pertenecía a la dirigencia de la acción católica donde ocupaba el cargo de REFI (Responsable de la Formación Intelectual).
Los campamentos se realizaban durante 10 días en las vacaciones de invierno. Luego, se llegaron hacer dos al año, el segundo en el mes de diciembre. Yo seguí participando incluso después de recibirme, siempre como “comando” encargado de la Intendencia, invitado por el jefe de campamento de turno.
Los momentos vividos en los campamentos son recuerdos que nunca olvidaré.
Si bien es cierto que siempre nos acompañaba un sacerdote, la organización la realizaban los alumnos de cursos superiores, con una organización de corte militar. Entonces se respetaba a las personas primero como tales y después según la jerarquía establecida, dentro de un ambiente de camaradería y amistad, que se reflejaba en todo el funcionamiento del campamento y con mayor énfasis en los partidos de fútbol.
Ahí no había jerarquías, todos eran jugadores, incluido el sacerdote que también jugaba. Tampoco se descuidaba la formación espiritual: diariamente había una misa, un espacio de meditación, una charla orientadora donde se inculcaba valores y el rezo del santo rosario. Antes del rezo había un espacio para dedicar al canto – en forma de coro -, entonado canciones paraguayas, generalmente guaraníes o canciones de carácter épicas.
Terminaba el día con un “fogón” alrededor de una fogata donde se contaban anécdotas, chistes, se tocaba guitarra, se cantaba o se representaba alguna parodia. Una vez conciliado el sueño – y si violaban la guardia establecida -, de vez en cuando recibíamos la visita nocturna de algún ”asalto”.
Otro aspecto resaltante de mi formación fue la práctica de los deportes.
La disciplina, el trabajo en equipo, la tolerancia, la convivencia, el respeto hacia entrenadores, al adversario y a los propios compañeros. Saber perder y también saber ganar son valores que después, inconscientemente, lo he trasladado al mundo de relación que me ha tocado vivir.
Desde muy pequeño, los miércoles por la tarde teníamos fútbol en la quinta bajo el control de ese gran animador de todos los deportes que era el P. León Condou. La quinta, en aquel entonces, era una típica quinta de los alrededores de Asunción, era inmensa. Al este llegaba hasta la Avda. Venezuela y al norte creo que hasta la calle Sargento Gauto.
Había en la misma un huerta donde se cultivaba cualquier tipo de verduras y hortalizas que uno se pudiera imaginar, también había animales domésticos, gallinas, cerdos, perros, pavos, una vaca, etc. y un molino que era el elemento motriz para subir agua de un pozo con brocal a un tanque elevado.
La cancha de fútbol estaba rodeada de varias lagunas de distintos tamaños dentro de un bosquecillo. Era el lugar preferido para aprender a fumar, porque estaba algo alejado de donde se aposentaba el Pa’í Condou a descansar o bien actuar de referee en alguno de los partidos.
Particularmente, siempre jugué de arquero representando a mi curso, porque conciliaba mejor con los otros dos deportes que practicaba (volleyball y el basketball).
Las kermeses era otra actividad que desarrollaba la creatividad, no solo para construir los stand sino también para decorarlos. Aprovechábamos las kermeses para realizar un cuadrangular de basketball con los colegios Goethe, Internacional y Dante Aligheri. Ya que en los últimos años que pasé en el colegio, por orden superior, se habían cancelado los intercolegiales así como los desfiles estudiantiles – estos últimos tan ansiados por nosotros – era una oportunidad de ampliar nuestras relaciones con el sector femenino (cuando en el San José entraban solo varones).
La Academia Literaria es otra actividad de formación importante que tiene el colegio, porque las actividades ahí desarrolladas pueden ser aplicadas en muchas situaciones que nos depara la vida, ya sea en el relacionamiento social o del trabajo.
Se ingresaba en el tercer curso del bachillerato, que es cuando yo ingresé. En ese entonces, el asesor nombrado por la Dirección del Colegio era el P. César Alonso de la Heras, cuyas enseñanzas y consejos siempre fueron motivadores, incluso cuando te señalaba algunos errores le sentías como un maestro.
No todos los miembros participaban en forma activa, aunque era obligatoria la asistencia. En forma rotativa, todos participaban en las diversas actividades que se desarrollaban. Había un momento de lectura en voz alta, otro de presentación de trabajos que podía ser en prosa o verso, un momento para declamar un recitado y uno de “improvisación”, en donde en una cédula te daban un tema que debías de desarrollar, para lo cual te fijaban un plazo de tres minutos para ordenar tus ideas y pronunciar la improvisación. Como se puede ver, muchas de estas actividades – sin llamarlas como tales – constantemente estamos aplicando en nuestras vidas.
Como toda actividad estudiantil, la dirección estaba a cargo de los mismos alumnos a través de una Comisión Directiva, elegida en comicios entre los académicos. El presidente debía ser un alumno del sexto curso, cargo que me cupo asumir cuando estuve en el último año del colegio.
En ese momento el asesor fue el P. Clemente Rodríguez porque el P. Alonso fue comisionado de vuelta a España. Tuve la honra de tener entre los académicos a quienes llegarían a ser importantes de las letras paraguayas, como Roque Vallejos, José (Chiquito) Pratt, Antonio (Toño) Cubillas, entre otros.
Un logro de nuestra gestión fue haber lanzado 4 números de La Estrella, que no se había publicado años anteriores. La tapas de las mismas fueron xilografías realizadas por la artista plástica nacional Olga Blinder. El contenido se limitó solamente a artículos literarios, a diferencia de números anteriores donde también se divulgaban muchas otras actividades generalmente deportivas.
Anécdotas de mi paso por el colegio hay muchas, pero me voy a limitar a tres, una del cuarto curso y las otras dos del sexto.
Cursábamos el cuarto curso. A la salida de una de las clases, uno de mis compañeros enrolló una “galocha” (especie de funda que se usaba en los zapatos en días de lluvia) y la arrojó hacia los compañeros que estaban saliendo del aula, pero con tan mala puntería que fue a parar en uno de los vidrios de la puerta del aula.
El profesor, inmediatamente, hizo entrar a los que ya habían salido. Cerró la puerta e hizo llamar al director. Llegó el P. César Alonso de las Heras, y escuchó lo sucedido y cómo nadie se había hecho responsable. El P. Alonso, luego de escuchar atentamente, decidió que ahí mismo se llevaría a cabo un juicio: nombró, de entre los alumnos, un fiscal acusador, un defensor del acusado, eligió a uno de nosotros como acusado y determinó que al final del juicio el Tribunal (todos nosotros) dictaría sentencia.
Cada cual tomó muy a pecho su rol, el fiscal acusaba con vehemencia, el acusado negaba que él había sido el protagonista del hecho, el abogado defensor tenía que rebuscarse para tratar de defender (lo indefendible) al acusado, argumentando que no podría haber un solo responsable ya que en ese momento de confusión (al abandonar el aula) la disciplina ya estaba rota.
Este argumento convenció al Tribunal, que después de deliberar, sentenció que toda la clase era culpable y en consecuencia toda la clase quedaría castigada con la pena de permanecer en el colegio dos horas después de la salida, en el salón de ‘’estudio’’. Esta forma de manejar la situación por parte del director y la clase de civismo que esto significó para nosotros no se borró hasta ahora de nuestras memorias.
Las otras dos las cuento en homenaje al P. Condou, reflejan lo que este Pa’í era capaz de hacer por el deporte. Con justa razón el polideportivo de la “quinta” del colegio lleva su nombre.
El P. Condou con un grupo de exalumnos creó el Deportivo San José, con la modalidad de basketball, al fondo de la casa donde funcionaba la Asociación de Exalumnos (hoy ocupada por “Don Vito”). El Deportivo empezó a participar de los torneos de la entonces Federación Paraguaya de basketball y eso requería de un presupuesto para solventarlo.
Comprometió a un grupo de exalumnos a que contribuyesen con un aporte mensual, pero él no tenía cobrador para efectivizar esas donaciones. Entonces, no encontró nada mejor que identificar entre los alumnos a alguien que tenía moto y a alguien más de su confianza para que lo acompañara, para que el conductor no bajara de su moto al realizar esos cobros.
Así es que Charles González Palisa como conductor y yo como acompañante, ambos compañeros de curso, nos convertimos en los cobradores de Pa’í Condou, o sea del Deportivo San José, a pesar de que yo pertenecía al equipo de basketball de primera división del Athletic Rowing Club.
La otra anécdota: el Deportivo San José también participaba de los torneos organizados por la Federación Paraguaya de Volleyball. El P. Condou siempre me invitaba a acompañarlo a las diferentes canchas distribuidas en distintos barrios de la ciudad. En una oportunidad fuimos a una que se encontraba en las inmediaciones de la Iglesia de Las Mercedes.
Ya llegaba la hora del partido y faltaba un jugador. A punto de perder por “walkover”, se me dirige y en voz alta me dice: “Ruggero, acá está tu camiseta, andá ponétela y sumate al equipo”. Pablo Ruggero era el jugador que estaba fichado por el Deportivo, pero ya había viajado al Uruguay para seguir la carrera de Arquitectura, así que me transformé por unas horas en otra persona y jugué en la primera división del Volleyball paraguayo. Como ya lo mencioné anteriormente, Pa’í Condou era capaz de hacer cualquier cosa por el deporte. Supongo que de ahí se habría ido directo al confesionario a confesar su trampa.
Como pude plasmar en este breve relato, mi paso por el colegio no se limitó a estudiar. He participado de las actividades más variadas, hasta en una representación teatral con motivo del cincuentenario del colegio en la obra “Jalones de Gloria”, de autoría del P. Alonso.
La sumatoria de todas estas actividades tanto académicas como de otra índole forjaron mi espíritu y mi carácter, así que cuando recibí la medalla de oro en el sexto curso, la recibí como un acto más de mi pasaje por el colegio.
La formación recibida sustentada sobre valores trascendentes y competencias extracurriculares creo que son los elementos que me han permitido una realización personal plena en todos los ámbitos en los cuales me pude desempeñar.
La medalla fue un estímulo adicional para seguir en la misma senda en mis estudios universitarios primero y en mi desempeño profesional y empresarial después.
Esa medalla era otorgada por la Asociación de Exalumnos del Colegio al alumno que tuviera el mejor puntaje en los exámenes finales de los tres últimos cursos del bachillerato, a diferencia de la medalla otorgada por el colegio al alumno que tuviera el mejor puntaje en los seis años de la secundaria
Aparte de mis labores profesionales y empresariales, siempre estuve implicado en la educación. Fui profesor en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Asunción durante 45 años, formé parte del Consejo Asesor de la Reforma Educativa, fui presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) en dos periodos, totalizando 15 años de desempeño.
Formé parte del Consejo de las Becas Carlos Antonio López (BECAL) y actualmente soy Rector de la Universidad del Cono Sur de las Américas (UCSA). Todas estas actividades, la mayoría de ellas “Ad honorem”, las he realizado o las estoy realizando porque estoy convencido de que la educación es la herramienta más idónea para la realización y superación personal de la gente.
A través de ciudadanos bien educados y formados podrán venir las transformaciones que tanto nuestro país necesita, a través de la educación volverán a reverdecer los valores hoy tan echados de menos.
Insto a los jóvenes que se propongan ser cada vez mejores en sus estudios, y más allá de las clases recibidas en las aulas, a involucrarse en otras actividades, ya sea como dirigentes o formando parte de organizaciones juveniles.
LECTURA
Dentro o fuera del colegio, complementando sus estudios con otras disciplinas, o participando activamente en eventos deportivos, culturales o científicos. Armonizando estos propósitos alcanzarán un crecimiento interno y una plena realización personal.
Hago notar que con el involucramiento dentro del Colegio en las actividades tradicionales en las cuales participan jóvenes de distintos cursos y secciones permite traspasar de generación en generación el espíritu sanjosiano. Por un lado, el ser de San José, y, por otro, se logra un espíritu de convivencia y compañerismo que generalmente persiste con el tiempo y que está consagrado en el acrónico ATA (Amistad – Tolerancia – Ayuda).