Entrevista a Pancho Crosa, exalumno de la promoción de 1965
El amor al colegio lleva a muchos a seguir vinculados a este, aún luego del último curso. Así lo ha hecho Juan Francisco “Pancho” Crosa, quien no solo es exalumno, sino que además ha ocupado distintos cargos en los diferentes estamentos.
O, como él mismo pone en palabras: “El amor a la camiseta se tradujo más tarde en actividades en los otros sitios en los que me tocó actuar”. A continuación, entra en más detalles, al respecto.
El mejor legado que mis padres me dejaron fue el haberme metido en el colegio San José, aún cuando significaba un importante sacrificio para ellos. Fue en 1954.
Recuerdo con cariño mis primeros días en la “Escuelita”, donde quedaba solo y temeroso, pero donde fui acostumbrándome primero y luego cobrándole un cariño inusitado paulatinamente.
Luego pasamos al “Patio Grande”. Mi clase quedaba al lado de la “capilla chica”.
Era impresionante el bullicio alegre que se producía al sonar la campanilla para indicar el recreo y las gargantas de tanto niños gritando al unísono: “¡recreo, recreo!”. Algunos improvisaban una pelota y armaban un partido; otros paseábamos perdidos entre tantos chicos y no tan chicos, con quienes chocábamos y caíamos enlas grises y duras baldosas del patio.
Con el “recreo” que guardaba en el bolsillo compraba una empanada y un pan que nos vendía el hermano Alfredo, a quien llamábamos Drácula por su figura, o el sándwich de fiambre del queridísimo Julián. Jamás probé más delicioso bocado. Pasar al “Patio de los Mayores” – sí, con mayúsculas – provocaba una emoción indescriptible en mi pecho juvenil, donde palpita el alma ardiente.
Una impresionante cancha de basquetbol, un árbol frondoso de Yvapovó, que albergaba a los del sexto – quienes custodiaban celosamente su territorio castigando con cariñosa carrera vaqueta a cualquier bicho de cursos menores que se atrevieran a pasar por sus cercanías-. En el paredón bajo el galpón se practicaba el velero.
Ese maravilloso tiempo habría de concluir en 1965, pero coincidiendo con la opinión de mis hijos,al igual que tantos compañeros, los sanjos no nos graduamos jamás…Es la tierra encantadora donde sonríe todo ser.
El tiempo de colegio se iniciaba muy temprano. La voz de mi madre imperiosamente indicaba que debía lavarme, vestir, desayunar y partir con mi papá en su camioneta de carga. Así iniciaba el camino al colegio, recolectando pasajeros, primos y algunos compañeros que subían por el camino, como Adolfo, Alberto Ramírez, Víctor H. Ramos (quien hoy vive en Canadá), Victor Aguilera y otros. Parecía transporte escolar.
En clases se intercalaban los momentos de atención a maestras y profesores, con picardías como el tocorre y las ansias de escuchar la señal del recreo.
Crecíamos en conocimientos académicos, en cariño a los compañeros, en el amor a un aura misterioso que nos rodeaba, a sentir los manes del colegio que se escondían en los pasillos y en cada rincón del añoso edificio. Unas escaleras misteriosas conducían a donde vivían los sacerdotes y dormían los seminaristas.
Los viernes íbamos a misa a la “capilla grande”, en el sótano del colegio, y los que nos acercamos a la comunión, luego, en el comedor contiguo, nos servíamos unos riquísimos cocidos acompañados de un pan recién horneado y una barra de chocolate Águila. Imposible olvidar el aroma.
Fui muy buen alumno, sobre todo en la primaria, gracias a la acción y los chicotes de mi madre. Medalla de oro en primaria.
Un capítulo aparte constituyeron mis cumpleaños, que mis padres ofrecían en casa, que quedaba lejos, en el campo, en el kilómetro 5. Íbamos todos, después de juntarnos en el colegio en la camioneta de papá. Parecía un paseo campestre más bien; espacio abierto, verde pasto, bosquecillos, lagunas con patos, vacas y caballos de los vecinos, los cuales montábamos sin pedir permiso. Algún magullado quedaba para el día siguiente: la anécdota no terminamos de narrar, ni de admirar al héroe golpeado.
Académicamente, me gustaban las matemáticas y admiraba a los profesores “Pajarito” Cardozo (aritmética), León Condou (salvaje con el álgebra) y Fermín Ramírez (Geometría y trigonometría). Y con él, precisamente, en 1963, con mis compañeros Carlos Lima, Etele De Barath y Mario Quevedo — con quienes compartimos esos raros gustos – nos tocó defender la Celeste, en lo que fue quizás un evento precursor de lo que hoy son las jornadas de OMAPA; un torneo intercolegial de matemáticas en el colegio Cristo Rey, en el cual felizmente salimos victoriosos, llevando las medallas de oro.
Pero la actividades preferidas para mí, sin duda fueron las actividades extracurriculares. Me tocó activar tempranamente, en la santa infancia, con el P. Marotte, más tarde en la Acción Católica y sus inolvidables campamentos, donde tanto aprendí.
Participé en la fundación del Centro de Estudiantes del colegio cuando militaba el cuarto curso, y la Academia Literaria en el salón de actos del segundo piso.
En 1965, mi último año de colegio, se realizó en Asunción unas Olimpiadas Estudiantiles Internacionales, con la presencia de alumnos secundarios de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay. Varios de mis compañeros fueron seleccionados nacionales en distintos deportes y competencias atléticas. El director anunció que también debía seleccionarse un académico que representara al Paraguay en el concurso de oratoria y, como no me destacaba en deportes, vi una oportunidad.
Me presenté en la preselección del colegio con un discurso defendiendo a la Nueva Ola, tan en boga en esos momentos. Lo gané, no sé cómo, ya que concursaron monstruos de la palabra, como Adolfo Ferreiro y Macote Fernández Estigarribia. Posteriormente, me presenté en el Colegio Internacional con un discurso orientado por el inolvidable profesor de historia, el exalumno Efraín Cardozo, sobre la presencia de los paraguayos el ejército de San Martín y de Bolívar en la independencia de América, apropiado tema para una lid internacional. Con una emoción que jamás voy a olvidar, pude también ganarlo y así enarbolar las banderas del Paraguay y del colegio en lo que fue el último ejercicio como alumno del querido San José.
Después ya solo quedaban los exámenes finales, a los cuales no me presenté, ya que pude exonerar todas las materias por mérito de mis notas.
Ya en mis años de estudiante universitario, en la facultad arquitectura me llegó la noticia infausta del deceso del querido P. Condou, lo que ocasionó unas vacancias en las cátedras de matemáticas. Me cupo el honor de sucederle en la cátedra de álgebra, juntamente con mi compañero y amigo, Carlos Raúl Lima, en otras secciones.
También fui profesor de dibujo en el ciclo básico. Desde 1967 hasta 1970 ejercí la docencia.Esa fue para mí una etapa muy feliz.
En realidad, más bien, fue un ejercicio el compartir con los alumnos del colegio. Tiempos de amistad, horas de crecimiento de valores, tanto académicos como humanos. Inolvidables para muchos, pero especialmente para mí. Ellos encontraron en mí un compañero más, que por cierto conocía su comportamiento y triquiñuelas con pelos y señales, compartiendo muchas veces las transgresiones a las rigurosidades de la disciplina vigente en esa época.
Me llamaban “Pancho”, descartando el título de profesor y tratándonos de tú a tú. Bueno, de “vos a vos”, en realidad. Ponían música en clase de dibujo, inusitado en ese tiempo.
Les enseñaba a calcular o dibujar, con alegría y con una disciplina distinta a la rigidez vigente en esa época.
En esa etapa éramos varios los compañeros exalumnos que ejercíamos la docencia Y eso se sentía en el medio, daba gusto. Sin darnos cuenta, los que vivíamos bajo un régimen de dictadura política, que influenció nuestra vida, empezamos a ejercer la libertad a ensayar la responsabilidad de estudiar, de hacer deportes, divertirnos por decisión propia, con respeto y amor al semejante, solidariamente y no por temor a obtener una baja nota o ser reprimidos por padres y profesores Eso sin duda alguna solidificó una profunda y sincera amistad entre tantos condiscípulos y discípulos alumnos y amigos del colegio
«Crecíamos en conocimientos académicos, en cariño a los compañeros, en el amor a un aura misterioso que nos rodeaba»
El amor a la camiseta se tradujo más tarde en actividades en los otros sitios en los que me tocó actuar: en la Asociación de Exalumnos, como miembro del Consejo, y en la Coopexsanjo, como secretario del Primer Consejo de Administración, en el periodo 2000 – 2002.
El paso por la Asociación de Exalumnos fue gratamente satisfactorio. Quienes compartimos ese honor procuramos con una marcada precariedad de medios llevar a cabo mejoras en el ya gastado local, instalando un living para after office, por ejemplo. También, mejorar y habilitar el quincho para eventos, con aberturas de vidrio templado, parrilla y servicios higiénicos. permitió más tarde poder alquilarlo y sostener sus comodidades.
Actividades tan lindas como las fiestas de San Juan, acompañar los deportes, organizar eventos por aniversarios, me gustaban.
Un evento que, lamentablemente, no encontró continuidad fue el izamiento de banderas, ceremonia periódica que recordaba tiempos patrióticos, de campamento, incluyendo un petit desfile alrededor de la rotonda, que se llevaba a cabo y concluía en el monumento del frente de nuestra casa con el canto del himno nacional y de Patria Querida.
Con un diseño personal y trabajos de artesanía en piedra montamos el monumento del San José de la entrada. Muchos decían que se le parecía a Ramito, gran valor. Un capítulo especial en mi vida de sanjo, constituyó para mí, pertenecer al grupo impulsor y creador de los “Lunes de Exalumnos”, que tanta celebridad y tradición cobró con el paso de algunos años.
En las primeras cenas se servían guisos, parecidos a los de los campamentos. Recuerdo una expresión que largó alguno: “Si en casa me sirven esto en la mesa, rechazo el plato. Pero acá, ¡qué rico que es!”. Era el sabor de la amistad sincera.
Este mismo grupo: José Antonio Lima, Dr. José Pajarito Volpe, Marcelo Codas, Juan Teto Guerrero gran cheff y anfitrión, Néstor Chino Mujica, Batata Gustavo Batista, Carlos Miguel Alfaro y Luigi Andrada. Con el comandante Walter Biedermann liderando el evento, llevó a cabo por encargo de la Asociación de Exalumnos, dos campañas de donación de sangre que denominamos “Remangate por la vida”.
Las campañas solidarias contaron con el apoyo y el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). En la primera campaña se logró un récord histórico nacional y regional de 733 donantes.
Por otra parte, figuro en la nómina de fundadores de la Cooperativa de Exalumnos del Colegio, COOPEXSANJO, cuyas actividades iniciaron el 5 de agosto de 2000 (coincidiendo con mi 53° cumpleaños).
Ocupé el cargo de secretario del primer Consejo de Administración, que presidió Gustavo Abdala, y después con Rodrigo Izaguirre. Fueron comienzos duros.
Queríamos llegar a 500 socios como meta. Hoy es una institución muy grande. Todo un orgullo sanjo.
Un viejo slogan acuñado por antiguos exalumnos, como Patrón Encina y más tarde Chocho Marinoni, inspira el mensaje: considero que podemos recordar con suceso las iniciales ATA : Amistad – Tolerancia – Ayuda. Estas letras pudimos haberlas visto grabadas en algunas placas y reflejan el espíritu solidario que el colegio grabó en nuestras mentes y en nuestros corazones. Vamos con eso.
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