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Gerardo “Gato” Doria, Hernán Arellaga y Pampero Gorostiaga, exalumno de la promoción de 1989
Tres compañeros de la promoción 1989, Rafael Gorostiaga, Gerardo Doria y Hernan Arrellaga, nos enviaron algunas anécdotas de los campamentos a los que asistieron en su último año. “Si tengo que acordarme de mis buenos momentos, cómo olvidarnos de aquellos campamentos…”, expresan, recordando a la música que entonaban en los fogones.
Doria, Gorostiaga y Arrellaga confirman que, al reunirse con los compañeros, las anécdotas de los campamentos son infaltables. En esta nota, juntamos algunos de esos “momentos indelebles”.
“Tenemos tantos recuerdos y anécdotas de una etapa tan linda de nuestras vidas de sanjosianos, y saber que esta llama sigue encendida en el alumnado reconforta el alma. Ojalá esta actividad continúe, con los cambios y adecuaciones que con el tiempo son inevitables e imprescindibles y que no necesariamente significan algo malo o peor”, afirma Hernan Arrellaga.
Un asalto en invierno
Rafael Gorostiaga nos habló de una noche del campamento de invierno, cuando estaba como jefe de grupo y jefe de la pieza grande. Una noche, luego de un asalto, ataron entre sí – con nudos en los cordones – a todos los que estaban durmiendo en esa habitación.
Momentos después, Gorostiaga tocó un silbato que había sacado de la pieza de comando, y comenzó a gritar “¡Asalto!”. En ese mismo momento, se prendieron varias virulanas con fuego. Los acampados empezaron a levantarse y querer correr, pero como tenían los cordones atados, se cayeron todos al piso y se armó “un gran salchichón”. Gorostiaga, que estaba junto a Marcelo Heisecke y otros de la promoción ‘89, recuerdan que nadie entendía nada.
El juego de subir al árbol
El juego consistía en que los 5 o 6 integrantes de cada grupo debían subir al árbol por medio de una cuerda en el menor tiempo posible. Gerardo Doria recuerda al “impresionante Chaqueta Heisecke”, que subió sin tocar la cuerda, corriendo, en apenas un par de zancadas.
El esperado asalto
Los compañeros de esta nota coinciden en que el juego del asalto era una de sus preocupaciones. “Nuestra visión era que se había perdido con los años la gracia del ‘combate o lucha’ por defender la bandera del campamento”, explica Arrellaga.
Se conformaban dos líneas de numerosos acampados “guardias de bandera”, y los asaltos “prácticamente empezaban con un repliegue en el cuadrilátero”. Los muchachas querían volver a la lucha en las puertas del molino, de la cancha de volley y cuadrilátero, con una guardia de bandera de una sola línea (3 o 4 acampados, nada más).
“Al final era un juego – continúa Arrellaga – y en todo juego se podía ganar o perder. Si en el juego se hace imposible que los asaltantes ganen, pierde también su gracia… entonces, debe ser difícil pero no imposible”. Así se daría la oportunidad a los más chicos, para que participen, prendiéndose del cuello, piernas y brazos de los asaltantes, que eran “tacleados en el pasillo para sujetarlos”.
En cambio, si los asaltos se hacían con repliegue en el cuadrilátero, ya los más chicos dejaban de tener participación. Por eso, se hizo el cambio: en uno de los primeros asaltos, se perdió el juego cuando los asaltantes – muy numerosos, de varias promociones juntas – sacaron al Jefe de Campamento (Doria) hasta el alambrado límite del campamento, ya que no encontraron la bandera, que el jefe había metido dentro del pantalón de uno de los guardias de bandera.
“Al final, tuvimos que canjear la bandera para que le dejen a Gerardo, que ya estaba casi desmayado de los estirones de acampados y asaltantes”, resume Arrellaga.
Fue la primera derrota en el juego del asalto, después de muchos campamentos. Pero la historia no terminó allí, ya que después de un amanecer de descuereo dirigido por los asaltantes, los acampados esa tarde volvieron a la cancha de fútbol para continuar, pero ya bajo la batuta del Jefe de Policía.
Ahí surgió la idea de acostarles a todos los muchachos y cubrirles con todos los colchones y frazadas, bajo el sol y calor de verano, a modo de reprimenda por haber perdido la bandera. La broma tuvo un revés inesperado por los jóvenes: “De más está decir cómo terminó eso, por suerte nos salvamos de algo más grave, y la pieza chica se convirtió en un hospital de los acampados que sufrieron una deshidratación de la gran pistola”, termina Arrellaga.
Visitas a un pintoresco bañito
Innumerables veces, “Tato” Mendoca llenó de laxante las comidas de los comandos, quienes por turno tenían que ir desesperados al “pintoresco y asqueroso bañito”, que consistía en apenas una letrina y un sólido caballete.
“No voy a olvidar – dice Hernán Arréllaga – una mañana de un campamento de invierno, cuando me levanté bien tempranito, antes del espantoso sonido de los silbatos que llamaban a la cancha de fútbol para los ejercicios matutinos. Bruno Belmont y yo andábamos caminando cuando vimos a un tipo sin camisa, en el molino, limpiándose de a poco en una de las canillas. Nos acercamos a curiosear, porque hacía un frío de la gran siete. Era Luigi Andrada. Con toda la curiosidad le preguntamos cómo se le ocurría mojarse a esa hora, con el frío que hacía”
“Nos contó Luigi – continúa Arréllaga – que esa mañana tuvo ganas de ir al baño y fue a uno de los habitáculos, cuyo piso a esa hora, antes del horario de limpieza, se encontraba con excrementos desde la puerta hasta la letrina. Como era de esperarse, el estimado Luigi llegó correctamente hasta la letrina y, según su relato, cuando se acerca a ella se resbala con una de las cagadas y cae revolcándose en el piso. Por supuesto, salió hecho, literalmente, mierda”.
Recibir una responsabilidad
Hernan Arréllaga y Gerardo “Gatito” Doria fueron jefes de campamento, en verano de 1988 y durante 1989. “Recuerdo que recibíamos esta actividad tan preciada e importante para nuestra esencia de sanjosianos, con las mismas preocupaciones de que estábamos ‘perdiendo’ en algunas actividades la tradición o el rumbo”, indica Arréllaga.
“Es increíble y grato pensar que tanto tiempo después, unos 32 años, los chicos del colegio siguen con esta actividad y teniendo las mismas conversaciones… pero, por supuesto, ya con un campamento distinto a lo que vivimos nosotros, pero que evidentemente sigue manteniendo su llama para todo sanjosiano”, afirma.
Nuevas generaciones, nuevas tradiciones
Gerardo Doria comenta que, cuando intentó anticipar a sus hijos – hoy comandos, organizadores de nuevos campamentos – lo que era el asalto, estos le explicaron que todo lo que les decía, ya no existía. “Comento esto porque siempre, nosotros, los viejos, queremos insinuar que lo de antes era mejor. Pero, la verdad, es que todos los campamentos son diferentes y se van haciendo nuevas tradiciones”, nos dice Doria.
Hernan Arrellaga pasó una situación similar, cuando sus hijos – uno exalumno y otro en 1° de la Media – comparaban cómo se hacían determinadas actividades, lo que permaneció, lo que cambió, lo que se hace hoy de manera distinta.
Sin embargo, aunque los fogones, las peñas y las tradiciones sean diferentes, todas las experiencias son válidas y, como asegura Doria, “mantienen tan viva como siempre la mística del campamento, que hace de nuestro querido colegio San José lo que es: un semillero de líderes en diferentes áreas de la sociedad, que siempre dejen en la cúspide el valor de la amistad y la solidaridad”.