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Entrevista a Carlos Cartes y Ángel Molina, ambos exalumnos de la promoción de 1984
Durante el año 1984 ocurrió un hecho bastante singular en la historia de la academia literaria; aquel año fue el primero – y único, hasta el momento – en el cual el estamento contó con “dos presidentes”.
La anécdota detrás de este histórico acontecimiento, es, en realidad, “inocente y práctica”, como define Ángel Molina. Molina y Carlos Cartes, ambos presidentes de la academia, cuentan en esta nota cómo se decidió el cambio de la mesa directiva en el año 1984.
Además, ambos entrevistados recuerdan los gratos aprendizajes que ganaron durante el paso por la Academia Literaria.
¿CÓMO LLEGARON A LA ACADEMIA LITERARIA?
AM: Llegué tarde, recién entré en el 5° curso, en 1983, después de muchas invitaciones de Carlos Cartes (a quien le conozco desde el Jardín de Infantes).
No sabría explicar por qué, siendo un ratón de nuestra biblioteca, entré tan tarde. Pero fue en ese año que decidí entrar con otros compañeros como Juan Ramón Silvero, José Enrique Acevedo, Conrado Cáceres.
CC: Bueno, buscando en los archivos mentales, puedo decir que llegué a la Academia Literaria al pasar al 1° curso del Básico, lo que traducido al sistema educativo actual es el 7° grado de la Media. Mi hermano mayor ya estaba en la Academia Literaria, y entonces me estiró también. Así de simple.
AMBOS FUERON PRESIDENTES, AL MISMO TIEMPO, UN CASO ÚNICO EN LA HISTORIA DEL ESTAMENTO. ¿CUÁLES FUERON LAS CIRCUNSTANCIAS QUE CONDUJERON A ESTO?
CC: Hagamos un poco de historia, porque, quiérase o no, hicimos historia en la Academia Literaria. Hay que ser defensores de lo cierto y lo correcto. Al llegar a último año, uno asume algunas responsabilidades a desarrollar. Teniendo ese irresponsable ímpetu juvenil de llevar todo por delante, asumí varias actividades y con ello, sus responsabilidades. Entonces, fui electo presidente de la Academia Literaria para el año lectivo de 1984. Además, siguiendo a la lista del Centro de Estudiantes, tomé el cargo de encargado de Actividades Juveniles y tuve el desafío de organizar el Festival Intercolegial de la Canción, que ese año se desarrollaría en el entonces Cine Cosmos. También, para poder participar de dicho festival, formamos el coro del colegio, para lo que contamos con la ayuda de Jorge Krauch.
Además estaba entre los fundadores del Grupo Scout N° 68 “Ntra. Sra. De Betharram” (activo hasta nuestros días), donde cumplía con la responsabilidad de ser uno de los Jefes de Tropa.
También formaba parte, de manera extracurricular, del Coro Polifónico Marandú. Justo ese año había dejado de jugar rugby en el Deportivo San José, algo de lo que me arrepentí toda mi vida (ese es mi deporte), pero si también seguía con el deporte, no sé en qué más habría fallado.
Fue entonces que, ante reiteradas faltas de asistencia a las sesiones de la Academia Literaria, la mesa directiva me pidió que ponga empeño y que no falte. Me lo avisaron tres veces. A la cuarta, ya no estaba, fui defenestrado (solo que no hubo ninguna “Guerra de los 30 años”) y fue elegido en mi reemplazo, mi gran amigo y compañero, Ángel Molina.
AM: Carlos fue electo en la última sesión ordinaria del ‘83 y era el más antiguo académico de nosotros, en el 6° curso. Digamos que era el candidato lógico, yo fui electo con él, como vicepresidente, y Óscar Molina, de una promoción menor a la nuestra, como secretario.
Ya en el ‘84, después de 3 reuniones que Carlos no presidió, le pedimos que defina su posición, pues necesitábamos concentrarnos para lanzar un número más de la revista “La Estrella”, la cual no se lanzaba desde hacía tiempo. Al faltar de nuevo, en asamblea decidimos que el vicepresidente – es decir, yo – , asumiera su cargo, y elegimos a un nuevo vicepresidente, Juan Ramón Silvero.
Después de 36 años, todavía bromeamos al decir que fuimos la única mesa directiva por golpe de estado, pero en realidad fue algo mucho más inocente y absolutamente práctico.
«Esperábamos todos los viernes, a la salida del colegio, tener la sesión y enfrascarnos en los puntos del día, disfrutar de la lectura, discutir las creaciones, opinar, compartir»
¿CÓMO SE DESENVOLVIERON, AL ACEPTAR ESTA RESPONSABILIDAD?
CC: Como las directivas anteriores, tratando de seguir esa llama encendida de sabiduría, puesta en las artes literarias. Organizando la Sesión de Apertura o Extraordinaria. Comunicando a los compañeros para que vean que no era algo aburrido, ni leíamos libros inentendibles o cosas así, que eran los paradigmas que tenía el alumnado en ese entonces. Y tratando de trabajar de cerca con el asesor, que tenía más recorrido y visión.
AM: Recuerdo ese año una conversación con José Antonio Galeano, en la cual nos comentaba que, en ese año, ni él, ni el Padre César Alonso de las Heras, ambos asesores de la Academia Literaria, podrían, por diversos motivos, acompañarnos con la frecuencia que a ellos les hubiera gustado. Igual hay destacar que siempre estuvieron en los momentos necesarios, como la Sesión de Apertura y Clausura, y también contamos con José Antonio para la corrección del borrador de la revista. Fue algo que nos caracterizó, el habernos manejado con más libertad, pero también con la meta de concretar aquel número de La Estrella, que ya tenía algunos años. La academia resultó ser algo más que una responsabilidad, un espacio en el cual podíamos desenvolvernos según nuestro libre albedrío. Esperábamos todos los viernes, a la salida del colegio, tener la sesión y enfrascarnos en los puntos del día, disfrutar de la lectura, discutir las creaciones, opinar, compartir.
¿QUÉ APRENDIZAJE DESTACARÍAN, DE LOS LLEVADOS DE LA ACADEMIA Y DE HABERLA PRESIDIDO?
AM: El inicio de un difícil, pero necesario y constante ejercicio, el de escuchar y opinar sobre ideas, obras y opiniones, en un marco de respeto.
CC: Esta experiencia, desarrolló en mí el arte de poder hablar en público y no tener ese terror ni miedo escénico que muchas personas tienen. Desarrollamos un pensamiento crítico, sobre muchos aspectos, no solo el literario. Aprendí a escuchar y respetar la idea de los demás, sin que ello signifique una ruptura, pelea o enojo. Y aprendí que debo organizarme y organizar a la institución que estoy presidiendo para poder llegar a buen puerto.
¿CUÁL CREE QUE ES EL VALOR QUE ESTE ESTAMENTO PUEDE APORTAR A LOS DESAFÍOS DE LA ACTUALIDAD?
AM: Sinceramente, creo que la verdadera meta de la academia no es lograr que salgan ilustres literatos (aunque de la nuestra surgieron muchísimos y connotados), sino personas que aprecien el valor de la palabra escrita, como medio de expresión, como búsqueda, tanto personal como de nuestra cultura, de nuestra identidad en el tiempo. Y que, sobre todo, estimen el valor de lo que está leyendo, como parte de los deseos, miedos, dudas y sentimientos de una persona, quizás muy alejada en el tiempo y en el espacio, pero tan humana y contradictoria como uno mismo. Otras personas nos medirán con ese mismo cedazo, de humana curiosidad, a lo que dejemos escrito.
CC: Creo que el valor que puede aportar la academia a nuestros días está contenido en lo que he aprendido: una mente crítica, un pensamiento propio y el aprender a vivir en el disenso de criterios, sobre todo con el respeto adecuado. Sabemos que hoy los ideales y posturas en el mundo generan intolerancia hacia “quien no piensa o cree lo que yo creo”. Eso, en una sociedad, genera caos y miedo. La Academia Literaria, trata de generar gente pensante y de criterio propio.