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Dentro de las memorias del san José, quizás la más temida por muchos es la famosa libreta de calificaciones que desde sus inicios hasta hoy día se entrega semanalmente, los viernes. Cambió de formato, cambió el sistema de calificaciones, pero lo que no cambió es la psicología del alumno y su creatividad para eludir un tema delicado cuando las notas no alcanzan las expectativas parentales.
Claro, no todos tenían que esforzarse por superar semana tras semana las “mañas” para ocultar una embarazosa observación o un número que no llegaba al aceptable. Pero quienes tuvieron la experiencia de ver en sus libretas una calificación insuficiente, de seguro intentaron alguna de las siguientes medidas, que fueron heredadas – y, quizás, mejoradas- por las distintas generaciones.
1- Decir al profesor que los padres fueron de viaje, casualmente ese fin de semana, o que se mostraban indispuestos para firmar la libreta.
2- Enfermarse – ficticia o verdaderamente, tras la ansiedad provocada por esta experiencia – y, en plena fiebre, la libreta pasaba a un segundo plano.
3- Para los más atrevidos: borrar con lavandina la nota. Por supuesto, la misteriosa perforación en el papel destacaba aún más, por lo que había que tener una justificación adicional.
4- Excusarse ante los padres con un dudoso “esta semana no hay libreta, el celador está enfermo, recién el próximo viernes”.
5- Procurar pasar desapercibido, hasta hacerse casi invisible durante todo el fin de semana. Luego, el lunes, acudir ante el padre más benevolente y entregarle, con premura y poco tiempo para explicaciones o sermones, la libreta y un birome.
6- También habrá quien intentó transformar un 3 en un 8, o similares… con poco o nulo resultado.
Quienes no pasaron por esta experiencia, quizás nunca entiendan la verdadera adrenalina y la capacidad de elucubrar creativas artimañas para zafarse de un reto – o alguna reprimenda más física. De seguro, estas anécdotas prepararon a muchos para las dificultades del mundo adulto.