Entrevista a Juan Gabriel Benítez, Promo 1972
El profesor Gabriel “Cape” Benítez fue alumno del San José desde preescolar. Al describir ese periodo de su vida, nos dice que fueron “años felices”. Fue en esta institución donde se formó y buscó, como estudiante, la excelencia, premiada en su último año con la medalla de oro.
Más tarde, volvió al colegio para devolver sus aprendizajes, para pasárselos a alumnos más jóvenes. Fue docente desde 1976 hasta 1989, y vivió este periodo deseoso de compartir y colaborar en la formación de quienes luego servirían en diversos ámbitos.
En ese tiempo, también procuró educarlos en la “decencia, honestidad y con la vivencia de los principios éticos y morales de la tradición del San José”, como apuntó en esta entrevista. Aquí identifica algunos retos actuales de la educación y, mirando desde su experiencia, nos cuenta los vacíos que hoy encuentra en la formación académica.
En 1961 mi abuelo, Justo Pastor Benítez, volvió al país luego de un exilio de 20 años. Era muy amigo del P. Marcelino Noutz. Una vez le estaba contando al sacerdote que la familia estaba pensando a qué colegio mandar a sus nietos, y que dudaban si enviarlos al Goethe o al Inter, donde enseñaba mi papá. “¡Jamás! Ellos, al San José”, dictó el sacerdote.
Así, fue mi hermano Eduardo al primer grado, luego yo. Luego mi hermano Guillermo. Mi papá y mi mamá fueron docentes de la misma institución, entiendo que ambos realizaron una labor muy destacable. Siempre guardamos en la memoria un excelente recuerdo del paso por sus aulas…
Tenía una maestra que nos decía lo que su abuela ya le contaba a ella: “cuando soplaba el viento Norte, el Dr. Francia fusilaba”. A nosotros, que éramos aún unas criaturas, esto nos impactaba. En realidad, recuerdo a todas las maestras. Agradezco la disciplina con la que nos enseñaban, con cariño. No es fácil ser docente.
Mis padres, que eran docentes, me marcaron una línea. Me enseñaron a respetar a todos los semejantes, y con mayor razón a los que se encargaban de formar a los dirigentes del futuro. Lastimosamente, aunque no fui protagonista, tampoco contuve algunas acciones… y mi promoción recibió algunas sanciones. Por ejemplo, no tuvimos colación.
Yo soy abogado. Al poco tiempo de terminar mis estudios y hacer una pequeña práctica, me dije “esto no es para mí”. No quería entrar en el círculo turbio en el que se manejaba el Derecho. Entonces, a los 20 años empecé a enseñar en el San José, por las siestas. De hecho, antes ya había reemplazado a algunos profesores, aún antes de ser abogado.
En el año ’75, una noche mi papá se acercó y me dijo que el Dr. Irala Burgos le había dicho que saldría del país, y me consultaba si podría reemplazarlo. La cátedra que me ofrecía era la de sexto curso, yo tenía apenas unos años más que los alumnos.
Desde 1987 enseño en la Universidad Católica, “full time”. Me siento realizado, me gusta, me sigue gustando, la docencia.
La educación no es fácil, pero es una vocación que nos realiza y nos compromete con la sociedad, por el legado que debemos dejar. Con el refrán: se educa con el ejemplo.
Lastimosamente, nuestra realidad social y educacional está en un estado patético. Hablando de las Ciencias Sociales, que es lo que me toca enseñar, veo una degradación llamativa, desde el “currículum renovado”. Me da pena ver alumnos universitarios, paraguayos y paraguayas, que no conocen su historia, que no conocen su país. Probé, preguntando a algunos, por ejemplo, “¿dónde está Humaitá?”. No lo saben. Creo que se ha degradado la enseñanza de las Ciencias Sociales.
Leo y releo un texto llamado “La inutilidad de lo útil”. Es impresionante, una discusión que también se da en Europa, donde tras la euforia por la producción, el dinero, el consumo, la cultura quedó relegada.
No creo que “todo tiempo pasado haya sido mejor”. Pero, indudablemente, los tiempos actuales no llenan las expectativas. Hablando del San José, no se perdió el espíritu, pero es necesario seguir buscando la excelencia, subir de nivel.
La mediocridad enloda, absorbe, y combatir contra eso es difícil. Falta mucho… pero es necesario. Este es el reto que busco transmitir a mis alumnos universitarios. Creo que vale la pena luchar por esto, depende de nosotros los docentes, depende de los padres, inculcar – primero, desde la familia, luego, desde la institución educativa – el deseo de contribuir, de formarse, de pensar, de racionalizar. Todo esto hace falta en nuestro país.
En los hechos humanos no hay una causa fatalista. Hay muchas causas. Por ejemplo, la globalización, tiene aspectos positivos y negativos. Y a veces podemos creer, erróneamente, que recetas foráneas pueden implementarse en el país. Ese es el camino equivocado. Otra cosa que degrada la educación es politizarla.
La educación es para todos y en todo momento. Más para ellos, porque son los que van a marcar el ritmo de la sociedad en los próximos años y décadas. Y nosotros, los docentes, debemos también prepararnos para instruir. No podemos improvisar. Lo que podamos aportar nosotros, ellos (los alumnos) lo van a aplicar después.
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