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Juan Alejandrino Segovia Nerhot, alias “Globulito”, nació el 26 de noviembre de 1925 en Asunción, y falleció en abril de 2017 a los 91 años. Su relación con el San José fue muy significativa para él, primero como alumno, luego exalumno, y finalmente como catedrático. Fue testigo del crecimiento y evolución del San José por más de 8 décadas.
Fue hijo de Desiderio M. Segovia y Catalina Nerhot. Su madre era maestra y su padre ingeniero agrónomo, de la promoción de 1910 del Cornell University. Fue este quien le transmitió grandes conocimientos acerca de la botánica.
Años de pupilo
En 1931 comenzó sus estudios en el Colegio San José. Durante la guerra del Chaco su familia fue a vivir a una quinta en Luque, por lo que quedó internado como pupilo en el colegio, hasta el regreso de la familia a la calle Yegros, en 1943. Era chiquito y los sacerdotes cariñosamente le llamaban “Bichito”.
Al principio solo podía salir los fines de semana, si alguien venía a buscarlo, así que la mayoría de estos los pasó en el colegio asistiendo a las misas. Cuando se hizo un poco mayor, salía los viernes por la tarde e iba en tren hasta Luque. Ahí le esperaba un caballo, y en él iba hasta la quinta. Los lunes volvía al colegio en el tren “lechero”, a las 5 o 6 de la mañana.
Los años de la Guerra del Chaco fueron inolvidables para él, y para todo el San José; no solo exalumnos peleaban, sino también algunos alumnos. El padre Marcelino Noutz, director en aquel entonces, y autor de la letra de la canción “Patria querida”, velaba con sus oraciones por los que fueron a combatir.
Cuando uno moría, como homenaje, se dejaba vacío el pupitre que este había usado, y lo recordaban hablando del tiempo que pasó en el colegio. Segovia contó que una vez, cuando cursaba segundo o tercer grado, el P. Noutz se le acercó y le dijo: “Bichito, levantate, esa silla era del Tte. Roberto Rueda, que murió en la guerra”. Así, “Bichito” tuvo que mudarse de pupitre varias veces… pero memorizó el nombre de cada uno de los caídos.
Dedicación al San José
Al terminar el colegio, estudió Medicina en la Universidad Nacional de Asunción. No había culminado sus estudios, cuando un profesor de Anatomía del colegio viajó al exterior y le llegó la invitación de sustituirlo “temporalmente”. Así, obtuvo su primera cátedra en la institución, la cual no fue tan temporal como lo había pensado inicialmente. No llegó a concluir Medicina, pero comenzó una nueva carrera en los pasillos de su querido San José.
Luego enseñó en otros colegios como el Liceo Militar Acosta Ñu, el Comando de transmisiones, comando de ingeniería, Las Teresas, Salesianito, San Miguel de Garicoits.
Sus relaciones con el colegio, sus alumnos y exalumnos fueron muy importante para él. Participaba de todas las cenas de aniversario o encuentro de las promociones de sus exalumnos. ¡Y disfrutaba tanto!
Amistades sanjosianas
Una de las tradiciones del San José era el partido de fútbol que jugaban los alumnos contra los profesores. “Globulito” era arquero, pero no muy bueno, por lo que casi siempre ganaban los alumnos.
Hizo vínculos muy estrechos con los sacerdotes que fueron pasando por el colegio, entre ellos, Noutz, Condou, Saubatte, Rigual, Alonso. Recordaba con particular deleite la pronunciación y costumbres de los sacerdotes franceses.
Fue el P. Saubatte quien ofició la ceremonia de su matrimonio con Clara Coeppens. De esta unión, tuvo tres hijas: Lourdes, Natalie y Alice. La familia solía acudir a los partidos de básquetbol en el Estadio Comuneros, acompañada por el Pa’i Coundou, un gran aficionado de este deporte.
Los curas llegaron a darle la Quinta de San Bernardino a Segovia, para que la trabaje. Ahí vivía, por temporadas, su familia, y en vacaciones iban los sacerdotes a descansar. Había una capilla, donde ellos podían celebrar misa a diario. Segovia, su familia y el capataz se turnaban para asistir a estas.
En una oportunidad, se encontraban en la quinta los padres Kennedy y Echevarría. La familia de Segovia debía ir a Altos, pero, antes de partir, su esposa dejó a los presentes una mesa servida, con las ensaladas y un pollo. Les pidió que tengan mucho cuidado, porque el perro solía entrar. Los sacerdotes la tranquilizaron, diciéndole que tendrían mucho cuidado, que no debía preocuparse.
A su regreso, Clara les preguntó qué tal estuvo el almuerzo y “cómo estuvo el pollo”. “Riquísimo”, dijo el P. Echeverría. Sin embargo, cuando esta salió del cuarto, se escuchó la voz baja del sacerdote diciendo a Segovia que el perro había llevado el pollo, pero que, por favor, no se lo contara a su esposa.