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Fuente: Historia del San José, de César Alonso de las Heras
Arrecia la guerra en el chaco. Muchos ex alumnos y alumnos están empeñados en la trágica contienda. El colegio se pregunta qué puede hacer para servir mejor a la patria en estas circunstancias
El secretario del arzobispo Bogarín, Gavilán, habla con el P. Chenú, director entonces del colegio, para preguntarle si desearía que el padre capellán que atiende todo lo espiritual del Hospital Complementario Nº 4 del San José, gozara de las prerrogativas capellanes militares. Piensan los padres que es una manera de sugerir la no apertura del colegio y dejarlo así totalmente dedicado a hospital
Otro aspecto que hace dudar a los padres del colegio es que, si el Colegio Internacional no cierra, acarrearía gran perjuicio en los intereses religiosos de los alumnos católicos que se verían obliga
dos a seguir los cursos en ese colegio protestante. Otro argumento es que, en caso de cerrar, la mayoría de los miembros de la comunidad estarían dispersados en otros colegios de la congregación. Se delega al P. Pucheu para que vaya a hablar con el Sr. Arzobispo para exponerle estas ideas y recabar las suyas.
Sigue abierto el colegio. El colegio San José ha cedido parte del colegio para los heridos de la guerra del Chaco. Efectivamente, el R.P. Chenú, director del establecimiento, reiteradas veces, a fines del ‘32 ha ofrecido el colegio al presidente de la República.
El 18 de noviembre de 1932, “El Diario” comentaba el ofrecimiento de esta forma: “Como se sabe, el edificio del colegio San José es uno de los locales más aparentes para ser habilitados como hospital, no solo por su amplitud adecuada, el confort y la estricta higiene, sino por la posición que ocupa en uno de losincones más ventilados y saludables de la ciudad”. Lo que el colegio había ofrecido eran ochenta camas, su cocina, una lavandería mecánica, una sala grande y diez pequeñas con todas las comodidades necesarias.
La Sanidad Militar, cuyo jefe era el doctor Díaz León, confirmó el ofrecimiento nombrando al doctor Mario Luis de Finis como primer director del hospital. Este organizó toda la estructura hospitalaria. A los tres días podía recibir 200 enfermos. Efectivamente, el doctor de Finis cambió el primer destino que era de Hospital de sangre por Hospital para enfermos dados de baja en el frente por agotamiento u otras enfermedades no contagiosas.
Se decía que el San José era como el mejor de los establecimientos sanitarios. Un numeroso grupo de damas y señoritas aseguraban el servicio de enfermería. Era tal la atención, que los enfermos, que parecían agotados, se transfiguraban como volviendo a la vida.
Desde el punto de vista espiritual son perfectamente atendidos. Señoras y señoritas se ocupan de darles lecciones de catequesis. Los domingos y días de fiesta tenían misa en el salón grande. Cada semana, grupos de 25 o 30 se acercaban a recibir la Primera Comunión.
El 30 de diciembre, Mons. Bogarín bendijo ese nuevo hospital. Habló en guaraní, a los enfermos, de la grandeza, de la nobleza de haber ofrecido su vida o salud por la patria. El R.P. Juan Pucheu era también capellán del Hospital Militar Nº 27. El artículo que el periódico “El Diario” dedicó al Hospital San José: “Hemos tenido ocasión de visitar en una de nuestras giras el hospital de sangre instalado en el más amplio edificio del colegio San José, cedido por el P. Director del prestigioso establecimiento”.
“En este hospital de emergencia, dotado y montado con todos los requisitos, los soldados reciben la más esmerada atención médica y especiales cuidados, en cuanto al trato y alimentación se refiere.
El edificio donde funciona este hospital, a más de ser cómodo, higiénico y ventilado y estar situado en una de las zonas más saludables de la ciudad, cuenta con modernos servicios de aguas corrientes, baños, etc., que al brindar toda clase de comodidades a los hospitalizados, hacen más llevadera y grata la permanencia de los defensores de la patria en dicho establecimiento, que también cuenta para solaz de los mismos un gimnasio, amplios parques, jardines, etc.”
“Los padres del colegio, que con todo celo y abnegación prestan su generoso y humanitario concurso, cediendo el local y moblare y prodigando atenciones y obsequios a los militares heridos, se han hecho acreedores a la gratitud nacional” (El Diario, 25 de enero de 1933)
La actividad colegial sigue su curso: estudio, entusiasmo con cantos patrióticos y plegarias y misas por los caídos. Los ex alumnos fueron citados con frecuencia en los partes militares y en el libro de oro del colegio. Se necesitará una historia aparte para narrar la actuación de los ex alumnos.
A fines de febrero de 1933, el dr. Díaz de León ordenó que se desalojara el colegio: se trasladarían los soldados asistidos en él. Lo hizo en la siguiente nota: “En esta oportunidad, la Sanidad Militar se complace en hacer llegar a Ud. Y por su intermedio a los demás sacerdotes de esa benemérita institución, las expresiones más cálidas de su sincero agradecimiento por los invaluables servicios prestados”.
Funcionó el hospital durante tres meses. Con los más solícitos cuidados corporales y espirituales, fueron atendidos 700 soldados.