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Entrevista a Braulio Machuca y Robert Santacruz, exalumnos de la promoción de 1986
Robert Santacruz y Braulio Machuca compartieron sus años de acampados, creando memorias y recogiendo aprendizajes. Ambos concuerdan en que ese tiempo fue la mejor etapa que vivieron de jóvenes. “puedo no recordar muchas cosas del colegio, pero sí me acuerdo de todos los campamentos”, apunta al respecto el primer entrevistado.
¿Cuál fue su experiencia en el campamento?
RS: Braulio me invitó al campamento, me insistió e insistió. Como mi familia no tenía condiciones de salir de vacaciones, pude ir una vez (al campamento)y desde ahí quedé “enganchado”. Fuimos juntos acampados, jefes de grupo, comandos, después Braulio fue jefe de campamento y luego me pasó el mando. hay historias maravillosas, que no podrían contarse en una sola reunión.
BM: Me gustaba el campamento desde que nos despertábamos hasta que nos volvíamos a acostar. Lo único que no daba gusto era el descuereo de la mañana. Pero cada actividad tenía su encanto. Estaba el campo de formación –debíamos tener pantalones largos, remeras celestes o blanca o del uniforme de gimnasia, teníamos que estar bien vestidos -, luego el desayuno, la hora de trabajo, la hora de deporte, la hora del almuerzo, a la noche, luego de la cena, las peñas, el fogón y, por supuesto, los asaltos. Todo daba gusto, “a su manera”, era otra manera de disfrutar. La actividad que más gusto daba era el casino, porque ahí conocíamos y nos hacíamos amigos de los mayores y los menores. Esas amistades hasta hoy día perduran. Los asaltos también se convertían en momentos especiales, porque si éramos chicos, nos sentíamos protegidos por los mayores, y si éramos grandes, debíamos cuidar a los menores, como si fueramos hermanos.
¿Cómo quedó el relacionamiento con las demás promociones?
BM: Tenemos la división en “promociones”. Pero, al fin y al cabo, todos somos San José. Cuando nos encontramos en alguna reunión social, no hay “yo soy de tal promoción”, sino que todos “somos del San José”. Después del campamento, había este mismo espíritu, todos éramos acampados, todos éramos San José. éramos tan amigos que no nos distinguíamos por promociones. Capaz hoy día podamos decir “sí, es mi compañero”, pero refiriéndonos a alguien mayor o menor. Todos somos amigos.
RS: El campamento favorecía cierta cohesión. hoy, veo a algún viejo compañero de campamento por la calle, después de treinta años, y me acerco a darle un abrazo.
¿Qué es lo que permite que el campamento convoque a tantas personas?
BM: El campamento tiene actividades para todos, y todos somos útiles en el campamento. Desde el primero, el jefe de campamento, hasta el último acampado. Todos así salen contentos, porque el deportista puede lucirse en la hora de deportes, el bohemio en la peña, el más servicial en la hora de trabajo, etc.
¿Cuál es la percepción que le ha quedado del campamento?
RS: El campamento es un fenómeno raro, difícil de entender, aunque podríamos hacer un intento por explicar: eran cinco o seis días en los que dejábamos nuestras comodidades en casa e íbamos contento sabiendo que la íbamos a pasarla mal, pero que nos divertiríamos pasando mal. Sabíamos que podíamos ligar dentro de los juegos, comer mal, que no dormiríamos… pero acudíamos felices y volvíamos aún más felices. Cuesta decir “esto me marcó” o “esto es lo que más me gustaba”, porque todo era parte de un conjunto.
¿Cree que han podido aprender algo de esta actividad?
RS: hoy puedo reflexionar que, entre las enseñanzas que recibí del colegio, las que el campamento me inculcó han sido las más importantes en mi vida. Porque ahí aprendíamos a tomar decisiones, a hacernos responsables de nuestros actos. También uno debía cuidar su liderazgo, porque uno no se imponía solo por el hecho de ser comando; éramos 12 comandos y 120 acampados, y si un comando no sabía conducirse como tal, los muchachos luego le pasaban la factura, mientras dormía, se distraía o durante los asaltos. Era una tradición que tocaba nuestro orgullo, cuando, por ejemplo, un comando era raptado en los asaltos.
¿Hay alguna anécdota que refleje esto…?
RS: Recuerdo que una noche, unos muchachos extraños que no estaban vinculados al colegio, se nos acercaron y tiraron bombas. Les perseguimos, pero, como no había luz ni calles, los perdimos. Pero, para el segundo día, estábamos preparados.
En pleno fogón, nos atacaron con bombas nuevamente. Les corrimos y esta vez los alcanzamos: ellos encontraron lo que vinieron a buscar, y nosotros les cobramos lo que nos debían.
No había papás ni mayores, nosotros debíamos responder por lo que hacíamos. Vino la policía. Braulio fue el primero en darse por detenido, entre otros comandos y jefes de grupo. Se entregaron asumiendo los errores y desmanes. En ese momento, Braulio me dijo “quedate, esto tiene que continuar”.
Faltaban tres días para el fin del campamento. Así, con nuestro jefe de campamento preso, volvimos al campamento, debíamos recomponer todo. Estas situaciones de crisis las debíamos resolver, y creo que eso nos marcó mucho, y nos ayudó a ver lo que hicimos bien y lo malo.
Aparte, en lo que respecta a la organización, ¿hubo alguna situación difícil que debieron enfrentar?
BM: En el año ‘85, el colegio nos suspende el campamento. Todos quedamos muy dolidos. Teníamos que negociar, así que fuimos junto al P. Gogorza y el P. Miguel. éramos jóvenes de 17 años que teníamos que hablar con los padres para convencerlos de retomar la actividad. En setiembre u octubre nos dan la autorización, pero, con la condición del P. Gogorza de que asista también un exalumno mayor como parte del grupo de comandos. Fue entonces que creamos la figura del director del campamento. Fue muy bien visto este cargo, y se mantuvo. Tener a un director era tenera una persona con los pies más sobre la tierra.
¿Luego hubo mayor estabilidad?
BM: Luego del campamento de verano, nos vuelven a suspender el que sería en Semana Santa del ’86. Nuevamente, fuimos a hablar, hasta tener el aval de los padres Gogorza y Miguel. Más tarde, el campamento gozó de mayor estabilidad, hubo mayor participación, en unos días se agotaban los cupos. Esto fue así por varios años.
RS: La ciudad de San Bernardino creció mucho, con calles nuevas, luz eléctrica, vecinos…esto luego influyó en la cancelación del campamento, pues en una ciudad más residencial, no podíamos realizar las actividades como antes. Lamentablemente, nada puede ser eterno. Y es una pena que el campamento no sea eterno. Pero, al menos, intentamos que el campamento no muera en nuestras manos. El P. Gogorza nos ayudó mucho, era un señor que escuchaba. Incluso visitó el campamento y realizó la misa del día final, domingo.