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Entrevista a Sebastián Acha y Martin Cubilla, exalumnos de la promoción 1995
Un momento histórico para el campamento se dio cuando se cambió la sede del mismo, llevándolo de san Bernardino a Piribebuy. En ese año fueron jefes de campamento Sebastián Acha y Martín Cubilla. En esta nota se relatan los detalles de la última noche en Sanber.
¿Cuáles fueron sus roles en el campamento?
SA: tuve el privilegio de ser mejor acampado en invierno del 93, luego fui dos veces jefe de grupo. Me tocó ser comando de Intendencia, Sanidad y Guardia y luego, uno de los logros más importantes e inolvidables de mi vida, haber sido jefe del campamento de invierno del 95.
MC: Mi primer campamento fue en Semana Santa del 90. Como acampado fui hasta el 93. Ahí subí como jefe de grupo, después fui comando, me tocó ser comando de Cultura en el 93. Después fui comando en Deporte y Juegos en Semana Santa del 94. Después fui jefe de policía en invierno, y después fui jefe de campamento en el 95, el último año que me tocó ir.
¿Pueden compartir alguna anécdota que describa lo que más les atraía del campamento?
SA: No es fácil quedarse con una anécdota porque al mirar atrás el campamento es una sola anécdota, vivencia, parte de la vida, que como una roca hace cimiento de tantas cosas que uno vivió después y que nos toca aún por vivir. Quizás dentro de esos maravillosos momentos, recuerdo el último amanecer en el campamento de San Bernardino en el verano del 94, el olor de la península con sus eucaliptos, ese crujir de ramas eternas y el sol alumbrando sobre aquel mágico lugar. Pero eso no es todo, lo increíble fue vivir el amanecer del mismo sol sobre otro lugar, ya en Piribebuy en Semana Santa del 95, donde los sentimientos del alma eran exactamente los mismos. Recuerdo que nos miramos por unos segundos entre el grupo de comandos y dijimos con certeza que el campamento no era un lugar físico en la geografía patria, sino un lugar sensiblemente espiritual en el corazón de cada acampado.
MC: En el último asalto que se hizo en San Bernardino me tocaba estar con la bandera en mano, que era lo más sagrado. Estaba en medio de todos los acampados y todos los asaltantes, en medio de una emoción muy grande y compartiendo un juego tan noble. Era mucho el desafío y la adrenalina. Hay que hacer notar que, antes de hacer el último campamento en San Bernardino, nos dijo el P. Miguel –quien nos dió el ok para hacer la actividad, después de presentarle varias notas- que hagamos el campamento, pero sin asaltos. Hicimos entonces peñas, fogones y muchas otras actividades. Pero en el último fogón se acerca un guardia y nos dice que pintaron la casa, que había muchos destrozos. Le dije al comando de Sanidad y Guardia que hagamos un asalto, para calmar los ánimos, aunque sentía nervios dentro de mí por la promesa hecha al padre. Empieza el asalto y fue muy difícil. Hicimos un segundo asalto, también muy difícil. En el tercer asalto salí a luchar yo también, al cuadrilátero, algo que no se solía ver de un jefe de campamento. Fue algo muy desafiante y salió muy bien. Fue algo muy positivo, finalmente. Claro que, al día siguiente, le contamos al P. Miguel que no pudimos evitar hacer un asalto, aunque aclaramos que no hubo quejas de los vecinos, que era lo que realmente preocupaba al padre. Luego de esa noche, quedó un ambiente muy puro entre acampados y asaltantes.
Sufrir compartiendo es dividir sufrimiento. Reír juntos es multiplicar la felicidad
¿Creen que su campamento tuvo alguna particularidad en comparación a otros años?
SA: Creo que cada campamento tiene algo especial. Por supuesto, cosas buenas y muchas por mejorar. Quizás una cuestión muy cuidada por nuestra promoción era la excelencia que nos autoimpusimos como grupo de comandos. teníamos que tener un promedio por encima de 3 para evitar que las ya — lastimosamente — alejadas autoridades del colegio encuentren algún motivo para suspendernos el campamento. y así fue que pudimos conseguir hacer el campamento en Sanber por última vez, contra todo pronóstico, porque era innegable que nuestro comportamiento dentro del ámbito académico no daba lugar a quejas por parte de las autoridades del colegio.
MC: Diría que fue el paso de San Bernardino a Piribebuy. Fue lindo cerrar el capítulo
en San Bernardino, antes de volver a Piribebuy, donde no teníamos infraestructura… prácticamente nada. Pero al llegar, los asaltantes estaban tan curiosos por cómo iba a resultar todo, que fue histórica la cantidad de asaltantes que hubo.
¿Cuál era el volumen de participación en esta actividad?
SA: Los compañeros del colegio que iban eran en promedio 140. y una señalización: nunca quienes no fueron al campamento dejaron de ser amigos, hermanos, compañeros y soportes de toda nuestra promoción.
MC: Aparte, muchos otros quedaban fuera, por cuestiones de logística, como el transporte o lugares para dormir. Hay que señalar que llevábamos una responsabilidad inmensa encima nuestro, porque como comandos de 16 años teníamos que manejar a este volumen de chicos. Pero gracias a los cursos que hacíamos en la Cruz Roja, o de servicio técnico, y toda la estructura del campamento, todo salía muy bien.
Ceder, compartir, ayudar, servir y trabajar
¿Pudieron sacar alguna enseñanza del tiempo que compartieron en esta actividad?
SA: Definitivamente. Sufrir compartiendo es dividir sufrimiento. Reír juntos es multiplicar la felicidad. y sobre todo amando profundamente al San José.
MC: Ceder, compartir, ayudar, servir, trabajar, respetar a los mayores, cuidar a los más chicos. también la disciplina, porque al despertar ya hacíamos las camas, preparábamos el desayuno y hacíamos ejercicio. Creo que, sin darnos cuenta, aprendíamos muchas cosas.
La civilización de San Bernardino hizo inviable la realización de los campamentos en esta ciudad, pues los asaltos y las actividades de los jóvenes resultaran incómodas para los habitantes de la zona. Había que hacer una mudanza, pero en la nueva sede no había infraestructura alguna. La promoción 95 ideó en el año 1994, junto a alumnos de la promoción 96, unos bonos para construir la sede para el campamento en Piribebuy. “El campamento San José una vez te dio vida, ahora tú se la estás dando”, rezaba cada certificado. Cada uno costaba 50.000 guaraníes, lo cual resultaba una suma importante para aquel entonces. Aun así, fueron todo un éxito: se juntaron 16.000.000 de guaraníes. La receptividad y el apoyo fue algo que no se esperaba, incluso el colegio puso una suma importante para concluir la construcción de la casa.
Todos creían que el campamento moriría una vez que dejara san Bernardino, pero no fue así