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Entrevista a Angel Sakoda, ex prefecto y exalumno de la promoción 1973 y CELESTE DE SAKODA, ex docente de primaria.
Con historias diferentes que cuentan cómo cada uno llegó al colegio de San José, este matrimonio influyó positivamente en quienes fueron sus alumnos. A continuación, Celeste y Ángel Sakoda dan más detalles de su paso por la institución.
¿Pueden referirnos su trayectoria en el San José?
CS: Conocí al Colegio de San José a través del Movimiento Peregrino, en el cual participé casi desde sus inicios. Ingresé como profesora de Taller en primaria, en febrero de 1980, hasta noviembre de 1990. Fueron 10 años intensos, que definitivamente marcaron mi perfil profesional y humano. Por aquella época yo trabajaba en la Escolinha de Arte, una institución pionera en aplicar la filosofía de la educación a través del arte. Asumí la misma como un estilo de vida y, al ser contratada por el Colegio de San José, intenté transmitir esa innovadora propuesta en el currículum tradicional del sistema implantado en aquellos años, buscando transformar las clases de trabajos manuales en un taller de expresión, de desarrollo de la creatividad. Un espacio donde no existieran
Obras iguales, donde cada uno de los estudiantes pudiera transmitir, sin modelos ni censura, su mirada, su estado de ánimo, sus afectos, a través de metodologías motivadoras y técnicas poco convencionales para el nivel primario. Por ejemplo, algunos medios en lo que experimentaban eran témperas, tinta china, cerámica, materiales descartables, títeres…. todo aquello que contribuyera a crear y a desarrollar la imaginación. Mi inolvidable y querida jefa, Dolly Sánchez de Pereira, al inicio manifestó no estar muy de acuerdo con esta mirada, pero luego me apoyó incondicionalmente. En reuniones de padres a las que fui convocada por quienes exigían explicaciones de qué selograba en el taller, que aparentemente no aportaba algo productivo, ella me acompañaba para aclarar que los tiempos cambian y que los chicos necesitan vivencias distintas. Se llamó a una “prueba”, que luego se instaló definitivamente. Al taller iban una vez por semana los 18 grados de primaria. Allí los esperábamos con Josefina Pfannl a la mañana y con Sara Abdala a la tarde.
AS: Ingresé al colegio en primer grado, en el año 1962. Terminé la etapa escolar en 1967 con honores y la medalla de plata por la excelencia académica. La secundaria (desde el ’68 al ’73) también finalicé con honores y la medalla de oro al mejor bachiller y al mejor compañero. Fui delegado de curso, miembro de la Academia Literaria y del Centro de Estudiante. Como abanderado, obviamente, participé de desfiles y actos académicos y conmemorativos, tanto nacionales como internacionales (fiesta nacional del 14 de julio en la embajada de Francia). Participé de viajes organizados por el colegio a Bariloche (Argentina) y otros deportivos, como a Atlántida (Uruguay). Formé parte de la selección de fútbol y básquet del colegio.
En el año 1978, fui encargado de la hora de estudio. La misma tenía lugar de lunes a viernes, de 7 a 8 de la mañana. Era un horario en el que los alumnos podían completar las tareas y lecciones. También fui ayudante del laboratorio de Física de los quintos y sextos cursos, invitado por el director, el P. Chivite. Al año siguiente, continué con la hora de estudio, pero también fui ayudante de laboratorio y profesor de Álgebra del segundo curso. En 1980 me dieron el cargo de prefecto de disciplina del 8° curso. En 1984 se inició el currículum renovado en el colegio, a partir de la modificación del sistema de estudio elaborado por el Ministerio de Educación. Tomé entonces el cargo de profesor guía, acompañando a dicha promoción hasta su último año de colegio. Estuve seis hermosos años con la promoción del ’89, me quedé hasta 1990, exclusivamente como profesor de matemáticas del 3° curso (sexto curso, anteriormente).
Finalmente, formé parte de la Asociación de Exalumnos, de la Asociación de Profesores, de la Asociación de Padres de Alumnos desde el ’85 hasta el 2006, y formé parte del equipo de básquet del Deportivo San José en inferiores.
¿Con qué aspectos o valores de la institución podían sentirse identificados?
CS: En el San José siempre me sentí “como en casa”. Me identifico con todos sus valores, pero indudablemente hay que destacar a la solidaridad y al sentido de pertenencia a un grupo humano. Estas emociones transmitían todas las personas que trabajábamos en la institución, convirtiendo al San José en algo más que un lugar de trabajo: un espacio donde daba gusto estar, convivir, enseñar, aprender.
AS: Ser del San José trae consigo un sentimiento particular. Las siglas “FVD” (Fiat Voluntas Dei, latín de “hágase la Voluntad de Dios”), antes que nada. y, por siempre, la amistad, tolerancia y ayuda, que se traducen en la solidaridad indiscutible de quienes transitamos por el colegio. Tuve la suerte de conocer a excelentes personas y docentes durante mi estadía como alumno, y más adelante, como docente, tuve la oportunidad única de coincidir con profesores que, en su gran mayoría, también eran exalumnos del colegio.
Hasta hoy en día, recordamos todo lo que vivimos en el colegio
¿Cuál es el mejor recuerdo que tienen de la época en la que trabajaron en el colegio?
CS: En mis mejores recuerdos están los grandes sacerdotes, quienes con su ejemplo de vida eran guías y soportes espirituales. Demostraron compromiso, amor y pasión por el trabajo pastoral que desarrollaban. Tuve el privilegio de trabajar con los curas Chivite, Cano, Laguardat, Alonso de las Heras, Gontaud, Martín y Sosa. También están presentes los docentes, los maestros y las maestras, con mayúsculas. y, por supuesto, mis inolvidables, mimados y queridos más de mil estudiantes anuales que pasaban por el taller. Cada uno lleno de energía, ideas locas, sueños, rebeldías… uno más cabezudo o versero que el otro. Por supuesto, también cito a los amigos, no solo compañeros. Jamás los podría olvidar.
AS: Todos los años en los que fui docente (del ’78 al ’90), con directores y profesores que amábamos intensamente la enseñanza, al colegio, a los alumnos y, por supuesto, al país. Sin dar nombres, recuerdo a profesores que veían a la docencia como vocación. Sacerdotes y laicos transformábamos la fe católica de los alumnos, quienes serían luego el futuro del país.
¿Y cuál sería la mayor gratificación que se llevaron al despedirse de la institución?
CS: La única y la mejor gratificación, el recuerdo que queda de mis clases en los estudiantes, no pasa un día en mi vida sin que alguien, algunos ya canosos se acerquen y me digan: “hola, profe”, como si fuera ayer.
AS: Como alumno, diría que la amistad sólida que existe en la promoción del ’73; llena de logros personales, profesionales, gremiales, políticos, deportivos, educacionales, que recordamos siempre que nos encontramos ocasionalmente o en reuniones sociales. Hay que acotar que incluso algunos compañeros han sido reconocidos en la historia del colegio.
Por otra parte, como docente, es el reconocimiento recibido por parte de los sacerdotes, de mis alumnos y compañeros profesores. Hasta hoy en día, recordamos todo lo que vivimos en el colegio.
Continuar con la pujanza de San José, la tenacidad de San Miguel de Garicoits y la protección de la Virgen de Betharram.
¿Hay algo que les hubiese gustado hacer de manera diferente?
CS: En el año 1990 quería y peleaba por que el taller fuera más grande, con mayor carga horaria, más materiales, más incidencia… Quizás, si lo hubiese logrado, no me hubiera retirado como docente. Pero, en esencia, nunca me fui del todo. Continué de manera ininterrumpida como madre – tengo tres hijos exalumnos – y como abuela – tengo una nieta exalumna, dos nietos en primaria y uno en secundaria. ¡Qué puedo decir! Amo al Colegio de San José, es parte de mi vida y lo seguirá siendo… hasta alcanzar las estrellas.
AS: Tal vez continuar con la pujanza de San José, la tenacidad de San Miguel de Garicoits y la protección de la Virgen de Betharram. y mejorar aun más al gran Colegio de San José.