Entrevista a Rodrigo Giménez Riera, exalumno de la promoción 1991 y a Rodrigo Giménez Brusquetti, exalumno de la promoción 2019
Todo deporte despierta cierto fanatismo por parte de sus jugadores o adeptos. El rugby, no solo no es la excepción, sino que además pareciera generar un vínculo y afecto aún mayor. Lo podemos ver en las familias donde corre la pasión por este juego, de forma espontánea, libre, saludable.
En esta entrevista, Rodrigo Giménez Riera en compañía de su hijo Rodrigo Giménez Brusquetti, muestra un ejemplo de cómo se ha transmitido el amor a esta actividad en generaciones distintas.
Desde chico me inicié en el rugby, desde los seis años se puede empezar a jugar. Me gustó siempre, aunque haya podido tener algunos “bajones”, esos no me hicieron dejar de jugar, siempre retomaba el juego. Para mí, lo más significativo de este deporte son los valores. El sacrificio, la amistad, la responsabilidad. El rugby es un deporte que requiere, sí o sí, mucho entrenamiento. Sin la dedicación a eso, es imposible jugar. En cuanto a los amigos, los que se ganan son para toda la vida – nos dijo Rodrigo Gimenez Riera.
Tuve una excelente experiencia, desde los seis años hasta pasados los treinta. De este deporte tengo los mejores recuerdos, obtuve los mejores amigos y una vida espectacular. Jugué hasta el año 2003. Salí del colegio en el ‘91, estudié Agronomía y pude seguir jugando, a pesar de las exigencias del deporte, ya que me era posible compatibilizar los tiempos necesarios para cada responsabilidad. Al recibir mi título tuve que realizar más viajes al interior y no pude continuar con los entrenamientos necesarios, lo que derivó en que en el ’97 tuviera una primera lesión a causa de no entrenar intensamente. Igual, al mejorar, seguí jugando. En total, jugué once años y en ese tiempo salimos campeones seis veces. Es decir, me tocó acoplarme a una generación de grandes jugadores. Para mí fue un orgullo recibirme con esta camada y vivir una época muy intensa del club.
Tuvimos la suerte, en el año ’92, de participar en un mundial, el primero de Paraguay, en la categoria de juveniles. Creo que fuimos el primer equipo que tuvo una preparación muy intensa, muchos meses antes, casi ocho. Hicimos una gira por Europa antes de llegar a disputar el mundial, donde ganamos la categoría B . Fui el capitán del equipo del San José, representábamos a la selección – casi la mitad del equipo era del San José, éramos diez o doce convocados – y realmente fue algo muy importante. Paraguay se dio a conocer, volvimos con la copa y fuimos recibidos por la presidencia, con honores, distinciones… a partir de ahí comenzamos a recorrer programas deportivos, fuimos destacados como deportistas del año, fue una cosa inédita para ese entonces. Más para nosotros, que teníamos alrededor de dieciocho años.
El trabajo en equipo. En muchas entrevistas que me hicieron a lo largo de mi carrera de rugbista, solían preguntarme quién fue el mejor o quién se destacaba. Nunca me animé a dar nombres; es un deporte de equipo, sin rivalidades, los resultados son producto del entendimiento, de sudar todos juntos. Creo que se distingue el rugby de otros deportes en esto: poder ser quince personas detrás de un mismo objetivo, con valores específicos contrarios a lo que se ven en otros deportes. Como ejemplo, un rugbier jamás simula una lesión, jamás se tira al suelo para pedir un cambio obligatorio, ni cuestiona al réfere. Siempre se acatan las decisiones del árbitro. En la hinchada no hay vallas, todos están sentados juntos y comparten el partido.
Lo más significativo de este deporte son los valores, el sacrificio, la amistad, la responsabilidad.
Fue espontáneo. Tradicionalmente – mis hermanos, compañeros, amigos – estuvimos muy cerca del rugby. Al dejar de jugar continué asistiendo a partidos, acompañado por mis hijos. De ahí fueron interesándose. Evidentemente, uno lleva al hijo a las primeras prácticas, entusiasmado por que juegue, ilusionado por que adquiera los valores de este deporte tan hermoso, por que viva y sea formado en el mismo. Pero mi hijo “agarró” el rugby solo, le gustó desde un comienzo. Como familia lo acompañamos, viajando a distintas ciudades para que juegue ciertos partidos. Fue algo muy natural, no una imposición.
Tengo dos hijas. La mayor, Lucía, nunca jugó – aunque haya rugby femenino -, pero es fanática. A veces, yo estoy cansado y no tengo ganas de ir a ver algún partido, pero es ella la que me insiste para ir a ver al equipo del San José, si juega. Muchas veces fue ella sola, cuando yo no podía ir, por razones de trabajo o viajes… me llama luego y me informa los resultados. Mi señora también es muy fanática, creo que se debe a que nos acompañaron a los que jugamos y en todo momento vieron cómo disfrutábamos de esta actividad. Toda la familia está, entonces, muy inmersa en este mundo.
Me interesaría dejar un mensaje que me cuestiona, respecto a las generaciones que me sucedieron en el club. Creo que los chicos pierden momentos espectaculares que luego ya no pueden recuperar. Veo cierta falta de compromiso, de sacrificio, de poner empeño en algo que luego se acaba – porque, al ser un deporte muy físico, llega un tiempo en que ya no se puede seguir jugando –, y me gustaría que aprovechen la oportunidad que tienen, sin poner excusas. yo fui a intercolegiales, fui universitario, tuve novia, tenía exámenes… pero nunca dejé de entrenar, ni de jugar. Mis compañeros tampoco. Pienso que los jóvenes encuentran justificaciones muy fácilmente a la hora de evadir el sacrificio del entrenamiento, y hay que cambiar eso… como digo, aprovechar el momento, que después se termina.
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