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Fuente: Historia del San José, de César Alonso de las Heras
Continúa la revolución. Sobre el colegio caía una granizada de balas, algunas terminaron en los dormitorios, en las clases, en los estudios, y hasta quedó alguna en la capilla. El p. Subervielle escribió en una oportunidad que las guardó como un recuerdo.
Los acontecimientos ocurridos en el colegio se recuerdan gracias a las cartas escritas por el P. Subervielle. El 13 de marzo de 1913 apuntó: “El domingo, de tarde, le pedí al P. Cap devuelve que me acompañara al centro. Algo me decía que era bueno ir a ver al Presidente. Este nuevo Presidente tiene su ojo en el colegio, nos recibe muy gentilmente y me tranquiliza sobre la situación del colegio. Volviendo a casa encontramos un grupo de caballería delante de la puerta y nos damos cuenta de que el colegio estaba rodeado. Llego en el preciso momento en que el jefe de esa escuadra policial llamaba a la puerta. – ¿Qué desean? – Tenemos orden de revisar el colegio para ver si no tienen armas de guerra. – Está bien, ¿tienen una orden por escrito? – No, señor, es el comisario de la tercera quién me envía. – Usted es superior, como yo, sabe lo que es poner su responsabilidad a resguardo. – Perfectamente. – Para poner la mía a buen resguardo, necesito una orden por escrito. – Entonces, ¿se niega usted a dejarme pasar? – No, señor, de ningún modo. Le invito incluso a pasar conmigo: esperaremos en el salón de la Dirección la orden escrita que usted mandará buscar. No quiso entregar, lo dejé en la puerta con sus hombres”.
“Entretanto, envío al P. Cestas a la dirección de Policía, a que informe al Jefe Político lo qué pasa, y conocer qué órdenes ha impartido. Tras un momento de reflexión, tomo una tarjeta, escribo unas letras y mando al hno. Félix que la lleve directamente al Presidente de la República. El hermano vuelve enseguida con el Edecán del Presidente. informo a este de lo que acontece. Bajo pretexto de buscar armas de guerra, vienen a reclutar a nuestros alumnos. ya que el colegio está abierto, debe estar garantizado. Lo será, me dice el Edecán. Así mismo me había dicho el Presidente. El Edecán parlamenta algunos minutos con el jefe de la escuadra, un gran medio-negro, picado de viruela. “Déjelo entrar, vamos a buscar los tres”. El policía se da vuelta para llamar a sus hombres. “No, no, somos bastantes los dos con el Superior. Comienza la inspección. Cada habitación de la casa de los padres es visitada hasta en sus más pequeños rincones. Después la capilla, luego el cuerpo de comedores y cocina. Al entrar en el comedor, Jap, nuestro gran perro negro, que no aguanta la vista de un uniforme desde que recibió un bayonetazo de un agente de policía, se precipita desde el fondo del patio y se abalanza sobre el policía. La contienda no hubiera sido igual ya que nuestro hombre no estaba armado. Con un gesto y una palabra, vuelve el Jap a su nicho, gruñendo. Antes de entrar en las habitaciones aún no vistas, el gran medio-negro me preguntaba si el perro andaba por ahí. No, ya le avisaré. y fuimos hasta el fin. En la última puerta, detrás del establo, allá en el fondo, le dije: – El perro está ahí -. No entró”.
“Volvamos para atrás. El Edecán ya no podía quedarse de pie: se sacudía de risa por el miedo que manifestaba el policía. ¡Bravo, Jap! No sabes qué gran servicio nos has hecho. yo tampoco lo sabía entonces. Dos empleados, llenos de miedo del policía, se habían refugiado en su nicho. Si los hubieran encontrado, ¡menudo cuarto de hora! y a mi me hubieran acusado de esconder a gente sospechosa o a jóvenes que huían del reclutamiento. El P. Cestas había vuelto de su mandato. El prefecto de Policía opina exactamente como el Presidente”.
El 23 de marzo del mismo año, el P. Subervielle vuelve a escribir: “desde ayer por la mañana, todo está acabado; los revolucionarios entraron triunfalmente en la ciudad, ayer a la una de la tarde. San José nos ha protegido de nuevo visiblemente. A pesar del gran número de granadas que han estallado sobre la casa, en los patios o en el jardín, a pesar del gran número de balas que llovían durante tres días, sobre nosotros, ninguna desgracia grave. Ni un arañazo siquiera”.
Nueva carta, el 13 de abril: “Desde la toma de la ciudad por los radicales, se ha establecido un gobierno provisorio radical, cuyos miembros tienen ideas moderadas y algunos son nuestros amigos. Tenemos amigos en todos los partidos y no hacemos política. La tranquilidad vuelve poco a poco. Pero siempre, en el horizonte, queda la amenaza del coronel Jara, unido a un tercer partido, de los cívicos. Avanzan cada día, y el gobierno va a su encuentro. Esta semana se espera la batalla decisiva, lejos de la ciudad. Si Jara triunfa, ¿veremos los horrores de un tercer ataque de Asunción y de una tercera batalla en las calles y las casas? Entretanto, como siempre, hay miedo, nuestros alumnos mayores están fuera, en el extranjero, o se esconden cuidadosamente y así andamos entre ciento veinticinco y ciento treinta y cinco alumnos”.
“Hemos tenido varias veces, estos días, la visita de Mons. Terrero, Obispo de La Plata. Llegó al Paraguay con una comisión de damas argentinas, con medios de socorro a los heridos y a todos los que han padecido la guerra. Se les ha recibido con entusiasmo”.