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Entrevista Fabio Herebia da Silva, exalumno de la promoción 2009
Fabio Herebia da Silva, desde primaria participaba en los campamentos organizados por el colegio en San Bernardino. Este primer contacto con la naturaleza, le llevó a unirse inmediatamente al MEPCAH, al llegar a secundaria. En él descubrió “el verdadero campamento” del que muchos tanto hablan.
En su primera actividad del movimiento, encontró una experiencia “completamente diferente” a todo lo que había vivido hasta entonces. En esta nota, nos cuenta por qué.
¿Cómo llegó a ser miembro del MEPCAH?
Ya en la primaria teníamos los campamentos del colegio en San Bernardino. Esas fueron mis primeras aproximaciones a la experiencia de acampar, experiencias que disfruté mucho y que quería volver a vivir.
Al llegar a la secundaria, muchos me hablaron sobre el MEPCAH, y sobre cómo en él se vivía el “verdadero campamento”. Intrigado por esa premisa y movido por la curiosidad, decidí darle una oportunidad e ir al primer campamento que ofrecían ese año, en Piribebuy.
Esa fue una experiencia completamente diferente a lo que había vivido hasta entonces, mezclando juegos y competencias en grupo con momentos de meditación y charlas, todo en permanente contacto con la naturaleza.
¿Qué le llevó a seguir participando activamente en el movimiento?
Era el año 2004, año del centenario del colegio, por lo que el MEPCAH planeaba otro campamento aún más grande para las vacaciones de invierno, en un lugar que no habían visitado en 6 años: San Carlos de Bariloche, en Argentina.
Sabía que era una oportunidad única, así que, con mis amigos de curso, decidimos embarcarnos en esa aventura que nos llevaría a conocer uno de los lugares más hermosos de Sudamérica.
Haber participado en una experiencia así a tan temprana edad me hizo conocer una nueva faceta de mi persona, la de explorador. Al volver a casa, me prometí a mí mismo que no faltaría a ningún campamento del MEPCAH mientras estuviera en el colegio, promesa que mantuve firme hasta el fin.
¿Cuál fue su papel como miembro?
Durante mis primeros años era un acampado más, como todos, pero siempre lo vivía con mucho entusiasmo. Al empezar un nuevo año escolar, no veía la hora de ver venir a los dirigentes del MEPCAH para anunciar que ya se planeaba un nuevo campamento.
En mi grupo de amigos planeábamos todo con semanas de antelación, organizando quién llevaría la carpa, la lámpara mbopi, la hamaca, etc. Ya en el campamento, me proponía siempre sacarle el mayor provecho posible, desde que subíamos al autobús hasta el regreso. La idea era disfrutar al máximo.
¿Cómo inició su etapa como dirigente?
Cuando empecé el bachillerato, comenzó otra etapa en mi experiencia de acampado; recuerdo cuando, en el campamento de Laguna Blanca, la dirigente Lauri Troncoso anunció mi nombre como uno de los nuevos líderes de patrulla, poniéndome al frente de todo un equipo.
Desde ese momento ya no se trataba únicamente de pasarlo bien, sino también de trabajar las habilidades de liderazgo y de sacar adelante a mi patrulla, asegurándome de que todos en mi equipo den el máximo de su potencial, se sientan incluidos y tengan la mejor experiencia posible en el campamento.
Entonces puse en práctica todo lo que había aprendido de los líderes que tuve en años anteriores, hombres y mujeres que con su carácter, dinamismo y buen humor me habían enseñado el espíritu de aventura propio del MEPCAH, actitud que me propuse transmitir a todos los demás.
Ya en mi penúltimo año del colegio, el dirigente Solano Benítez me pidió que formara parte del Equipo de Apoyo, invitación que acepté con mucho gusto. En este caso, el desafío era diferente: ya no era un acampado que participaba en los juegos, era el que organizaba los juegos, las charlas, las expediciones, y velaba por la seguridad de los acampados.
Por tanto, el trabajo empezaba mucho antes del propio campamento, con las reuniones previas para establecer el cronograma de actividades, la provisión de los insumos y de todo lo necesario para la realización exitosa del campamento. Fue un ejercicio constante de liderazgo y responsabilidad, que repercutía directamente en la experiencia vivida por los acampados.
¿Tuvo algún momento preferido, durante su tiempo como miembro?
Extrañamente, los momentos que recuerdo con más cariño son los momentos que presentaron mayor adversidad. Casi siempre la enemiga era la lluvia, que más de una vez nos hizo levantar el campamento antes de tiempo para buscar refugio. En otras ocasiones era el propio ambiente en el que acampábamos, como el Chaco con sus ráfagas de polvo y arena.
Pero, sin lugar a dudas, el campamento que presentó mayor dificultad fue el del Cerro Tres Kandú, el punto más alto del Paraguay. Más que un campamento fue una expedición, pues no se realizó ninguna competencia entre patrullas, la idea era “simplemente” ir hasta ahí, escalar el cerro, pasar un día en la cima y volver, pero los problemas no se hicieron esperar.
Ya en el camino de ida, uno de los autobuses se descompuso, por lo que tuvimos que esperar un largo rato en la ruta. Ese retraso hizo que no pudiéramos escalar el cerro en el día que estaba previsto, sino que tuviéramos que pasar una noche en Villarrica para retomar las actividades al día siguiente.
Cuando por fin llegamos al cerro, empezaron las dificultades propias de la expedición; fueron horas de caminar en un terreno irregular, cambiante y cada vez más empinado, con un clima húmedo y caluroso. A nivel físico fue bastante desafiante, pero en todo momento tenía cerca a algún compañero que me diera una mano para continuar.
Luego de mucho esfuerzo, alcanzar la cima fue una experiencia infinitamente gratificante, y fue uno de mis mayores logros hasta ese momento. Tan solo la vista desde la cumbre del cerro hizo que todo ese esfuerzo valiera la pena, y es uno de los momentos que más atesoro de mi experiencia en el MEPCAH.
¿Y algún aprendizaje que haya llevado consigo de ese periodo?
Hay una frase que siempre recuerdo de los principios del MEPCAH, la de “dejar un lugar en mejores condiciones de las que estaba cuando llegamos”. Es decir, causar un impacto positivo en todos los sitios que visitamos. Esa fue una de las mayores lecciones que me dejó el movimiento expedicionario, la de adoptar siempre una actitud de visitante respetuoso con el medio ambiente.
Participar del MEPCAH no significaba simplemente ir de campamento, significaba también aprender del lugar que uno visitaba y de las personas con las que uno compartía la experiencia.
El MEPCAH también me enseñó a apreciar las bellezas del Paraguay, y a sentirme orgulloso de haber nacido en esta tierra. Gracias a esos campamentos tuve la oportunidad de conocer sitios tan distantes como la Laguna Sirena, en el sur del país, o la reserva Tinfunqué, en el Chaco, y verdaderas maravillas naturales como el Salto Cristal o el Lago Ypoá, lugares que de otra forma me habría resultado muy difícil conocer a esa edad.
Cada uno de esos lugares me ayudó a formarme una idea de lo que el Paraguay realmente es en términos de potencial y de riqueza natural, aspectos que raras veces se valoran en otros ámbitos de la vida estudiantil.
En cuanto a las relaciones interpersonales, ¿hay algo que destaque de ese periodo y/o del grupo que lo acompañó?
Sin duda, hay mucho que destacar del trato que se daba entre los acampados. En el campamento todos tenían su espacio, y todos éramos tratados como iguales. Desde el momento en que cada patrulla estaba conformada por personas de diferentes cursos, ya se notaba la integración que se daba entre todos los participantes. Uno podía estar en 7º grado y tener amigos de los cursos de bachillerato, y tratarse como iguales.
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Así también, el trabajar siempre en equipo hacía que existiera una continua colaboración entre los miembros de cada patrulla, lo que iba forjando la confianza y la amistad entre ellos. Ya sea en las competencias entre equipos, en las expediciones a través del monte, en los tiempos de descanso o de peña alrededor de una fogata, se notaba siempre un ambiente de fraternidad y compañerismo.
Hoy puedo decir que conocí a algunos de mis mejores amigos gracias a los campamentos del MEPCAH, amistades que continúan hasta el día de hoy.
¿Algún mensaje o consejo que quisiera compartir con alumnos que deseen participar del movimiento o ya sean miembros?
A todo estudiante del San José le diría que aproveche al máximo el tiempo que esté en el colegio, ya que al final no se trata de la cantidad de años que uno pasa en la institución, sino de la calidad de esos años.
La mejor manera de sacarle provecho a ese tiempo es participar en una de las muchas actividades que ofrece el colegio, actividades en las que conocerán a nuevas personas, harán nuevas amistades y aprenderán habilidades que les serán de suma importancia en el futuro. El MEPCAH es un movimiento en el que no solo se aprenden las destrezas propias del campamento, sino que también se forja el liderazgo, la confianza y la autoestima. Todo campamento tendrá sus dificultades, pero en la adversidad se encuentra la virtud, y uno no conoce su verdadero potencial hasta que lo pone a prueba. Salir de la zona de confort y probar nuevas actividades siempre tendrá sus recompensas.