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Escrito por Maria Belén Andrada, para Catholic Link
Hace unos días descubrí un juego de mesa muy simpático. Se trata de «Amistad y confidencias», un juego de mesa inventado por el sacerdote Juan María Gallardo.
Puedes encontrarlo en su página web y organizar ya mismo una reunión con tus amigos para divertirse con esto. En la página puedes encontrar los archivos descargables para imprimir tablero, fichas y las preguntas. Porque se trata de un juego de preguntas y respuestas, para conocer mejor a nuestros amigos o para comenzar a conocer a nuevos amigos. Por esto último, es una opción muy buena si quieres hacer una dinámica – en una jornada o catequesis – para «romper el hielo».
El juego
Cada vez que respondemos a una pregunta, obtenemos una puntuación que es la que nos permitirá avanzar en el tablero. En las casillas en las que caigamos veremos pasajes de la vida de Jesús. En algunas – como el asesinato del Rey Herodes a los niños inocentes – eso implicará perder el turno o retroceder algunos puestos.
Este juego de mesa puede jugarse hasta acabar (hasta que el primero llegue al final) o durante un tiempo determinado por los participantes (por si se extiende mucho).
Se trata de esto, básicamente, pero si entras en la página web también podrás descargar las instrucciones.
Muchos directivos siguen aplicando hoy el modelo de control de la era industrial, aunque estemos inmersos en la era del conocimiento.
La mayoría de las modernas prácticas de gestión tienen su origen en la era industrial que impuso la creencia de que debemos controlar y dirigir a las personas generando miedo en ellas para que obedezcan y así se logren los objetivos.
Y ese trato hacia las personas, en definitiva, significa ni más ni menos que tratarlas como si fueran cosas. ¿Qué ocurre cuando cosificamos a las personas? Hace que se sientan insultadas y alienadas, despersonaliza el trabajo y genera una cultura sindicalizada que promueve la desconfianza y en la que se mide bajo la lupa lo que se da y lo que se recibe. Se vive con el reglamento bajo el brazo.
¿Qué podemos hacer por nuestros amigos?
Es muy importante ser buenos amigos de nuestros amigos. Quererles, escucharles, aprender de ellos también nos permitirá ayudarles mejor. Porque la verdadera amistad es aquella que quiere el bien del otro, nuestro deseo es echarles una mano. Esto también implica – y muy especialmente – acercarles a Dios.
Eso – ayudarles a crecer y mejorar – es parte intrínseca del cariño. Así santificamos nuestra amistad; así nos hacemos santos juntos.
Pensemos en tantos santos amigos: san Francisco de Sales y santa Juana Chantal; Don Bosco y Domingo Savio; san Francisco y santa Clara; santa Teresa y san Juan de la Cruz…
Tú y tus amigos pueden sumarse a esta lista.
La importancia de las confidencias
«No da gusto ser tu amiga porque nunca sé lo que te pasa, y yo siempre te cuento mis cosas…», esto me dijo una vez una amiga, de pasada, pero hasta ahora me quedó resonando la idea. Porque hay una verdad muy grande.
La amistad verdadera da espacio a las confidencias. Descubrir el corazón. Abrir de par en par las ventanas del alma. Cuando esto ocurre, también es más sencillo presentar mutuamente al dueño de nuestra alma; a quien quiere habitar en ella.
Escuchar lo que brota de lo más íntimo de uno es parte importante para hablar de esos deseos y anhelos más hondos… y de quien puede saciarlos.
Esto es así cuando es bilateral, pues se crece en confianza. No podemos ayudar a quien no confía en nosotros. No nos dejaremos ayudar si no confíanos en quien nos brinda un consejo.
No olvidemos que nuestra relación con Dios es de amistad. Entablemos un diálogo de confianza, abierto a sus consejos y rápido para contarle lo que nos pasa.
El apostolado de la amistad
Como ya sabemos que el apostolado es acercar a las almas a Dios, y dijimos que la verdadera amistad hace lo mismo, es lógico y saludable que cada vez queramos tener más amigos.
Tener muchos amigos – pero de verdad, buenos, los que podamos atender – es una manera de hacer apostolado. No tengas miedo de tener muchos amigos: el amor es expansivo, el corazón se dilata para que quepan todos.
Reza por tus amigos, también. Y si no tienes muchos amigos, tampoco te preocupes. Que seas, como dije antes, un «buen amigo para tu amigo» es lo importante.
Pero puedes pedirle al Espíritu Santo: «dame las amistades con las que pueda crecer, a las que pueda ayudar y las que me ayuden a mí; amistades para crecer en el amor a ti».
El verdadero Amigo
Él lo dijo: «Yo los he llamado amigos». No olvidemos que nuestra relación con Dios es de amistad. Entablemos un diálogo de confianza, abierto a sus consejos y rápido para contarle lo que nos pasa. Este hermoso camino que hemos visto, que es la amista, Él lo quiere recorrer idénticamente con nosotros. Como amigos.Pero puedes pedirle al Espíritu Santo: «dame las amistades con las que pueda crecer, a las que pueda ayudar y las que me ayuden a mí; amistades para crecer en el amor a ti».