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Fuente: Historia del San José, de César Alonso de las Heras
Había que disponer la casa para el funcionamiento de un colegio. Comprendía seis grandes habitaciones, separadas desde la puerta de entrada por una salita de espera.
El cuerpo de servicio comprendía, además, cocina, depósito y dos cuartitos para la servidumbre. No había más. Se requería algo más amplio y completo; se dividieron las habitaciones con tablas o tela, según los casos. Además, junto al cuerpo de servicio, se construyeron cuatro cuartitos idénticos a los existentes, destinados a los criados, al cocinero con su correspondiente cocina. Así se trasladaba la cocina al fondo, y se ganaban las dos habitaciones para clases. Delante figuraba un jardín con un pequeño patio.
Durante el mes de junio los sacerdotes se dedicaron a la organización definitiva de esa residencia que debía convertirse en el colegio deseado. Pronto contaron con lo indispensable: mesas, armarios, escritorios iban siendo entregados por los carpinteros.
Para el material escolar, se dirigieron a los R.R.P.P. salesianos, a quienes algo les sobraba; así les compraron por bajo precio: bancos de clase, mesas de comedor, armarios, etc., es decir cuanto tenían de más. Estos buenísimos religiosos se despojaron incluso de algunos muebles que les eran necesarios para ayudar así a los nuevos hermanos que se instalaban.
En los diarios locales se anunciaba su apertura para el primero de julio. En los archivos del Colegio se conserva el cuaderno en que se fueron anotando los primeros alumnos, que siempre recordamos con hondo cariño.
Son ellos: Juan Grima, Jorge Urdapilleta, Daniel Almada, Cristóbal Almada, Miguel Alcorta, Lisandro Acosta Caballero, Benito Fernández, Carlos Acuña Falcón, Luis Acuña Falcón, Enrique Bernié, Celso Velázquez, Jesús Angulo y Jovellanos, Milcíades Velázquez.
El P. Tounedou organiza enseguida las clases: tras un breve examen probatorio, los niños fueron distribuidos en cuatro cursos primarios, bajo la responsabilidad exclusiva de los sacerdotes. Cada día aumentaba el número de alumnos, tanto que al finalizar el mes eran ya unos treinta. Esta sucesión de entradas explica que bastantes alumnos de la primera época -o sus familiares- puedan afirmar que fueron los primeros, los fundadores.
El reglamento era el mismo que el de nuestros grandes colegios, salvo alguna modificación que exigían las circunstancias: por la mañana y por la tarde se concedió un recreo suplementario y otro más después de la cena. Además, cada jueves de tarde se concedió asueto, y los pupilos salían de paseo. El P. Lhoste, en sus apuntes, consigna esta curiosa observación: Estas modificaciones obedecían a la complexión de los alumnos y a la inclemencia del clima que no permite un trabajo continuo y difícil.
Cada fin de mes se proclamaban y distribuían los Cuadros de Honor y se realizaba una sencilla velada, a pesar de la precariedad de medios. Cada profesor, por turno, se encargaba de su organización, con cantos y declamaciones.
El P. Lhoste, en el cuaderno citado, relata la primera fiesta mensual del colegio: “Era el último jueves del mes (julio). El R.P. Tounedou había hecho aprender algunos trozos dc poesía a los alumnos que había juzgado más aptos para la declamación. El P. Bacqué, llevado por su inclinación al arte musical, exhibía a dos de sus alumnos de piano a cuyos dedos había sabido infundir una laudable virtuosidad”.
Además, queriendo unir a la música el placer del canto y la escena, había ejercitado un grupo de pequeños cantores a representar una opereta infantil: “El camino de la escuela”. En la sala comedor se habían alzado las “tablas”, muy modestamente, y, a cada lado, como bastidores, ponían sábanas que tapaban a los artistas a los ojos de los espectadores. Los pequeños declamadores, orgullosos de su “debut” artístico, habían solicitado el permiso para invitar a sus padres a la velada. El P. Tounedou, creyendo que serían pocos, aceptó gustoso.
La velada empezó a las dos de la tarde, inmediatamente antes de la salida reglamentaria. Cuando todo quedó listo, la pequeña comunidad entró a la sala improvisada y ocupó los bancos de la platea. todos estaban alegres. Había motivo: era el primer concurso artístico. Al dar la hora, el R.P. Superior hizo majestuosamente su entrada en medio de una salva de aplausos. ocupaba, con sus profesores, las sillas dispuestas al fondo de la sala. A su alrededor se alineaban algunos asientos donde se colocaron algunos padres de alumnos.
SE ABRE LA VELADA CON UNA PIEZA DE PIANO A CUATRO MANOS.
Fue un éxito completo. Siguen los otros números del programa: la dulzura poética se alía a la armonía de la música. Los aplausos no cesan. Por fin aquí está el “clavo” de la fiesta: “El camino de la escuela”. tras un brillante preludio de piano, las voces frescas de los artistas se hacen oír sucesivamente, luego al unísono, en diálogos y coros entusiasmantes. Alternan el canto y el recitado, se entrelaza la intriga, crece el interés, estalla el desenlace con acentos de entusiasmos que conmueven a todo el auditorio. El triunfo es completo.
Pero aquí viene el revés de la medalla. Hacia el fin de la velada, llegan de todos lados señores y señoras en gran “toilette», eran los padres de los actores que se venían con tíos y tías, hermanos y hermanas, primos y primas. “Quedamos desbordados; no quedan más asientos, la sala está repleta, la entrada obstruida. El R.P. tounedou, sorprendido por tal afluencia, que no esperaba, piensa pedir bis para entretener al público, pero los que habían preparado, avergonzados de no tener algo mejor como escenario, no se atreven a recomenzar. Así, pues, el P Superior se contentó con proclamar los Cuadros de Honor, y tuvo, apropiadamente, unas palabras de aliento que salvaron la situación”.
Este acontecimiento artístico mostraba bien a las claras que el San José, recién fundado, quería imponerse con todas las estructuras que habían dado tan buenos resultados en Buenos Aires.