Entrevista a R.P. Antonio Cano, Sacerdote del San José
El P. Antonio Cano lleva más de 50 años en el San José. La mayor parte de su vida la ha pasado en los pasillos de la institución, cumpliendo distintos roles y ganándose el cariño de los alumnos que lo conocieron, los padres que lo trataron y los colegas que trabajaron junto a él.
Soy español, nací en Burgos, en un pueblecito que se llama Celada del Camino. Pero enseguida mis padres pasaron a vivir a otro pueblo, que se llama Estépar, donde viví mi infancia. Somos cuatro hermanos (una hermana y tres hermanos). El menor, Jesús, es cinco años menor que yo y es hermano de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram.
Hice el noviciado en Betharram, y luego los estudios superiores, cerca de Burdeos, Francia. Me ordené sacerdote en 1960.»
En el año 1944 vino a mi escuela un sacerdote, para ver quién quería ir a su congregación. Poco antes España había estado en guerra, todavía estaba viviendo la Segunda Guerra Mundial…bueno, la cosa estaba bastante fea. Recuerdo que, entonces, el P. Amadeo Miguel venía en bicicleta, pasando por los pueblos y escuelas para ver quién quería “entrar en los frailes”. O sea, en casa religiosa. Yo me anoté entonces – como muchos otros compañeros – y tomé un pequeño examen escrito. Luego, me dijeron que podía ir.
El colegio de la congregación era el colegio San Miguel Garicoits, en Fuenterrabía. Empecé en setiembre de 1945, con 12 años. Ahí estudié el bachillerato, durante 8 años. Pero lo hacíamos libres; nuestros profesores eran sacerdotes – menos uno, el profesor de Educación Física, que era laico – y nosotros, cada año, nos presentábamos ante el instituto representante del Estado para hacer los exámenes.
Al término del bachillerato hice el noviciado en Betharram, un año. Después continué mis estudios superiores; dos años de Filosofía, cuatro de Teología, preparándome para ser sacerdote en un pueblo cerca de Burdeos, Francia. Me ordené sacerdote en 1960.
Bueno, esperé a ver a dónde me nombraban. Y me encargaron quedarme en España, donde había hecho el bachillerato. Ahí estuve cinco años. Luego, me enviaron a América del Sur, a Argentina.
Al llegar a Argentina, estuve en el Colegio San José de Buenos Aires. Luego me pasaron a Rosario, también a un colegio de la Congregación del Sagrado Corazón, para ser profesor. Ahí estuve un año y, luego, me mandaron a Paraguay. Llegué en 1968, al colegio San José de Asunción. Desde entonces estoy aquí. Ya son 52 años.
Yo era profesor de religión en los primeros y segundos cursos. También, al mismo tiempo, Ciencias Naturales en primer curso – de aquel entonces, hoy sería 7° y 8° grados -, y, en los 15 años que enseñé esta materia se me aplazó un solo alumno. Las pruebas se hacían durante el año y, según la nota, se presentaban a los finales los que no tenían puntaje suficiente.
Después de 15 años, el sistema cambió y dejé de enseñar Ciencias Naturales, porque la cátedra dejó de existir, y se dividió en materias, como Botánica y otras. Pasé a enseñar francés y latín.
También fui prefecto de 1° y 2° cursos. Se le llamaba así al profesor guía, encargado de las notas, de la conducta, disciplina, etc. Así hasta 1990, cuando me mandaron a Primaria como vicedirector. Luego este título desapareció.
A Primaria vine como encargado de las cuestiones pastorales. Ya no daba clases, me ocupaba más bien de celebrar las misas, de hacer la oración de la mañana con los chicos y de velar por la parte espiritual desde jardín hasta sexto grado. También fui el encargado de la Primera Comunión, preparando a los chicos y ensayando los cantos y partes de la ceremonia.
Como prefecto y vicedirector estuve muchos años, luego como administrador. Durante seis años fui administrador del colegio. Y también Superior de la comunidad religiosa de los sacerdotes, durante tres años.
Me respetaban como prefecto. Y, aunque se evita que los chicos peleen, a veces consentía algunas peleas. Me iba con ellos hasta lo que hoy es la Embajada Argentina, que antes era un baldío. Ahí les decía “bueno, peléense”. Claro que no teníamos miedo a esto, era un juego.
Durante muchos años estuve encargado del campamento, muchos años lo acompañé. Pero en un momento me enojé mucho, porque el campamento dejó de ser como tenía que ser, había muchas cosas que los chicos querían y no se podían hacer. Entonces ya no quise más participar. Empecé a realizar los campamentos con los niños de primaria, en todos los grados.
También estaba a cargo del desfile. Yo era “el que mandaba”, prácticamente, por lo que siempre tuve en cuenta a los mejores alumnos y a los más hábiles en deportes.
Siendo prefecto, me di cuenta de que también me tocaba atender esto. Y me metí de lleno al deporte. Todos los sábados iba a la quinta, por ejemplo, cuando los niños jugaban. Pasé muchos años y sus días, tardes y noches acompañando a los chicos, los entrenamientos, juegos, también cuando el colegio jugaba con otro… siempre yo estaba con ellos.
Conocí el colegio cuando solamente había varones, y cuando este se convirtió en “colegio mixto” fue muy, muy duro para los chicos. Pero también a los padres les costó, muchos no querían saber nada de este cambio.
Antes, los padres raramente venían a hablar de sus hijos, y lo que decían los curas era sagrado para las familias. Luego la cosa cambió bastante. Muchos venían a protestar. Pero otros a pedir consejo.
Pero, después de todo, nos acostumbramos y creo que fue una gran ventaja, para nosotros, los educandos, y también para los niños y su educación. Ya tenían otra manera de hablar, de relacionarse, de disciplinarse. En fin, ha sido una gran cosa, una gran alegría, que pienso que también me ayudó mucho a mí mismo, a madurar como persona.
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