Entrevista a María de los Ángeles Ortega, Secretaria de la Parroquia
María de los Ángeles Ortega es el rostro conocido que todos los exalumnos encuentran cuando se acercan para pedir una misa, preparar una boda, solicitar un bautismo. Desde hace más de veinte años, ella intenta atenderlos con la mejor sonrisa y con el cariño propio de la familia que forma el San José.
Llevo trabajando 26 años. La historia de cómo llegué es muy linda. Unos meses antes, yo había perdido mi trabajo. Vine a la iglesia a rezar, porque estaba cansada de buscar trabajo, de entrevistarme, sin que me llamaran…vine, me arrodillé, y le dije al Señor que ya no buscaría más, que dejaría todo en Sus Manos. Un día, limpiando la capillita de mi barrio, el P. Jara – a partir de una recomendación del P. José – me mandó llamar. Me dijo que necesitaba una secretaria, y que yo sería la primera secretaria en la historia de esta parroquia.
El trabajo es tan agradable, que no se sienten los años. Supongo por la dedicación que siempre puse a mi trabajo, preparándome para ello, estudiando y cumpliendo lo se me pedía. Hago todo lo que se me indica, cumpliéndolo con honestidad y pulcritud, como me enseñó mi madre. Esta oportunidad ha sido un regalo de Dios, y a mí me toca responder entregándome del todo, atendiendo de la mejor manera posible a quienes se me acercan, tratando de que se sientan bien.
En los que realmente conocí, se notaba la vida sacerdotal que llevaban, entregados al servicio y sin esperar nada a cambio. Se notaba en ellos la alegría, la humildad… algunas veces dejaban sus momentos de descanso o de almuerzo para servir a los feligreses. De esto puedo dar fe y testimonio. Me enseñaron ética y valores cristianos.
Los sacerdotes que estuvieron aquí, así como se los veía en la Misa, eran al bajar del púlpito: sinceros, honestos, caritativos, rectos, puntillosos, correctos, temerosos de Dios. Rezábamos juntos el rosario a la Divina Misericordia, frente al Santísimo. Daban buenos consejos a seguir. Sin pedir nada a cambio, y siempre dando todo su amor.
Todos ellos (los sacerdotes) hicieron de mí la persona que soy hoy día, dándome buenos consejos en la confesión. A través de ellos aprendí a amar al Señor y a la Iglesia. Por eso, en nombre de Dios, agradezco a cada uno de ellos.
También es importante la oración, ningún trabajo puede hacerse bien sin oración, menos aún uno como este, en la Casa de Dios.
Sí, hubo momentos muy especiales. Por ejemplo, un momento feliz fue el cincuentenario del templo parroquial. Hubo mucho trabajo, casi sin descanso, pero lo vivimos con mucha alegría. El P. Mario acudía a las casas de los exalumnos, pidiéndoles ayuda para volver a pintar el templo, para mantener la estructura, cambiar las luces, etc., y ninguno le negó su ayuda. El día del aniversario llegó con lluvia y frío intenso, pero aún así, fue muy emocionante vivir esa parte de la historia de la parroquia. Lo vivimos como si hubiésemos estado presentes durante aquellos cien años y desde el principio.
Y un momento difícil fue cuando falleció el P. Alonso, el 3 de setiembre del 2004, luego del aniversario de los cien años del colegio. Para mí, entonces se fue el alma de la parroquia. Era nuestro amigo, como nuestro papá. Tenemos el consuelo de saber que nos protege desde el Cielo. Él recorría el patio rezando el rosario, pidiendo por todos los alumnos. Y creo que sigue haciéndolo frente al Padre Celestial.
Siempre fuimos muy unidos, compartiendo momentos como el Día del Trabajador, la Navidad, los cumpleaños, etc. Si un compañero pasa por alguna necesidad, ayudábamos. Esa unidad nunca se pudo destruir.
También quiero agradecer a los exalumnos, que son los que dan vida a la parroquia, porque son los que vienen a casarse, a bautizar a sus hijos, etc. Aunque hayan terminado el colegio, el San José siempre les ama y les cuida a ellos.
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