Un par de años antes, la situación política ya era confusa y producía revoluciones. Este contexto histórico era el telón de fondo para la época en la que vivía el colegio.
La cantidad de alumnos había disminuido en 1921, y en 1922 volvió a bajar: iniciaron las clases con 210 alumnos, pero algunos se retirarían, dejando el número en 170. Sin embargo, el San José es un orgullo para todo el país, por la educación que impartía.
En 1922 vino de visita el P. Tounnedou, el primer director y fundador. Fue muy agasajado. El alumno José Thomas, de 6° curso, le dio la bienvenida en nombre del estudiantado. Con ocasión de esta llegada, visitó el colegio el Comandante de Lamerzelle, agregado militar de la Legación de Francia en Argentina y Paraguay.
El P. Palou debe partir como misionero a la provincia china del Yunnán, que Roma confió a los padres de Betharram. Se hizo una despedida llena de emoción, y se realizaron muchos actos y discursos.
El 15 de agosto de 1920 había asumido el poder el Dr. Manuel Gondra. Al año siguiente, el 29 de octubre, renuncia el presidente Gondra y su vicepresidente Félix Paiva, por disensiones entre grupos liberales. Estos se ponen de acuerdo para llevar a la presidencia al Dr. Eusebio Ayala.
En mayo de 1922, el Parlamento llama a elecciones, pero el presidente Eusebio Ayala veta esa ley.
El 9 de junio, se da una gran batalla en Asunción, pero los sublevados se retiran el 10 hasta Paraguari. Otra revolución en 1922. Levantamiento del Cnel. Adolfo Chirife.
Mientras el Poder Ejecutivo reclutaba a todos los hombres de 20 y 30 años, y el Cnel. Chirife acudía con estas tropas a los alrededores de Asunción… el colegio se pone a disposicón de la Sanidad Militar.
El 5 de junio la bandera de la Cruz Roja ondeaba en la parte más alta del colegio. Varios equipos de camilleros, con sus practicantes, se instalan en la entrada.
Entre los defensores, el Tte. Arturo Bray – excombatiente de la Guerra Grande – asentó sus tropas en lo más estratégico de la resistencia.
Se esperaba un ataque la noche del 6, por lo que son despedidos los alumnos. Solo quedaron unos cuantos, que venían de lejos.
A las 12 avisan que, si hubiera repliegue, un pelotón tomaría posiciones en las azoteas del colegio, por lo que los pocos pupilos bajan sus camas al sótano.
Los sacerdotes se ofrecen como capellanes voluntarios, y cuatro de ellos se van a recorrer las líneas de avanzada. Aprovechan la noche del 5 al 6 para preparar a los soldados al combate previsto.
El ataque no se produjo, ni a la mañana siguiente, ni el día después; pero se oían los tiroteos de patrullas de avanzada y algún tronar de cañones desde Trinidad.
El 9 de julio, hacia las 6:30 de la mañana, estalla un nutrido tiroteo de fusil y pronto el chasquido de las ametralladoras: empieza la batalla. “El infernal tiroteo y el bombardeo combinado de tres o cuatro baterías de tierra y de los cañones del ‘Triunfo’, seguía sin descanso y la batalla no se decidía”, escribió el P. Tounnedou, que en aquel momento celebraba misa en la capilla del colegio, donde temblaban las puertas y ventanas.
Las balas cruzaban por encima del colegio, y algunas producian impactos al este del mismo o perforaban la chapa del tejado.
Los equipos de camilleros se fueron hacia el frente, que distaba solo de cuatro cuadras. Pronto llegan heridos de toda categoría y de toda edad. Los dejaban mezclados en el galpón del colegio mientras se tomaban los datos y algunos eran llevados al Hospital Militar.
Se encarnizaba la batalla, después del mediodía anuncian que traen moribundo al Capitán Ríos. El P. Cestac, con un médico que estaba en el colegio, acuden. El padre le da auxilios espirituales, el médico no pudo salvarlo.
A las 2 de la tarde, un silencio de armas. El Cnel. Chirife no pudo romper la línea de defensa y al día siguiente las tropas atacantes estaban en Paraguarí. La calma volvió, los colegios se reabrieron.
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