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Fuente: Historia del San José, de César Alonso de las Heras
El año de 1905 se fue yendo con sus alegrías y sus penas, y se afirma la estructura disciplinaria y académica.
La Comunidad aumenta con la llegada del P. Chenú, traído del Colegio de Rosario y del Hno. Eliacin Mieussens, del que se desprenden en el San José de Buenos Aires.
Se abre el primer curso secundario. Los alumnos alcanzaban el centenar; han venido bastantes de otros establecimientos. El entusiasmo es grande. Maestros y alumnos rivalizan para concentrarse en el esfuerzo que requiere la educación cristiana: virtud y ciencia.
En 1906 empezaron las clases con un aumento sensible de alumnos, unos 150. Se abrió el segundo curso, con los alumnos anteriores del primero y algún otro que solicitaba su ingreso desde otro colegio. Las familias tenían cada día más confianza en la educación que el colegio impartía.
Un acontecimiento trascendental fue la visita, en el mes de mayo, del Superior General, R.P. Bourdenne, que tenía mucha experiencia de los colegios de la Congregación en Francia. Venía con un refuerzo de primera clase: el recién ordenado P. Bernardo Capdevielle, que será, después, el gran historiador de la Historia del Paraguay.
Los alumnos le ofrecieron una sencilla y cordial fiesta artístico-literaria. Manifestaron toda la estima, todo el agradecimiento que sentían por la obra abnegada y eficaz que se iba desarrollando en el establecimiento. El ilustre visitante agradeció, emocionado, esas espontáneas manifestaciones. Lo que más le impresionó, sin embargo, fue comprobar esa misma estima, ese agradecimiento entre las familias de la sociedad paraguaya; cuyos principales miembros estuvo visitando. Las altas autoridades eclesiásticas y civiles no escatimaban sus elogios. El Dr. Báez, presidente de la República, que tenía tres hijos en el colegio, le agradeció los servicios que la Comunidad rendía al país y le aseguró toda la protección del gobierno. El obispo, Juan S. Bogarín, una vez más le confirmó la gran satisfacción que sentía y la esperanza del bien que esperaba de esa fundación. Muy satisfecho con todas las manifestaciones de gratitud que le brindaron por doquier, el P. Bourdenne volvió a la Argentina.
Desgraciadamente, el santo P. Sampay, primer llegado con el P. Lhoste, sentía muy comprometida su salud por los rigores del clima en avanzada edad, y los superiores juzgaron oportuno destinarlo al San José de Buenos Aires. Fue un gran sacrificio para la Comunidad que veía en él el vivo ejemplo del hombre abnegado y trabajador que les recordaba las enseñanzas del fundador, San Miguel Garicoits, con quien el P. Sampay había convivido. La noticia conmovió a todos los amigos del colegio que de diversas maneras le manifestaron su afecto, su agradecimiento y la pena que sentían.
El P. Sampay viajó a Buenos Aires en diciembre de 1906. El que venía a sustituirlo llegaba del renombrado Colegio de San Luis de Bayona (Francia), con una carga magnífica de formación intelectual y un impulso apostólico que hicieron de él, en poco tiempo, el apóstol del Paraguay. Era el P. Luciano Cestac, lo acompañaban el P. Mounaix y el Hno. Laurent Palisses.
Los enemigos de esta obra de Dios acechaban. El P. Tounedou había manifestado claramente a las autoridades su deseo de abrir un colegio secundario. obtuvo así el beneficio de la asimilación con los establecimientos oficiales. El Consejo de Enseñanza Primaria se sintió herido en sus atribuciones: no se había contado con ellos. Este tercer año de actividad, el Consejo de Enseñanza Primaria envía un inspector al colegio a fin de imponer su control. El P. Tounedou, sorprendido por esta visita inesperada, insospechada -ya que se consideraba director de un colegio secundario- observa al señor inspector que no puede acceder a su misión de visitar oficialmente el colegio. Así eliminaba un posible precedente. El inspector no tardó en informar al Consejo de Enseñanza Primaria cómo el director del San José le había cerrado la entrada. La Policía recibe órdenes de apoyar al Inspector. El día siguiente este se presenta de nuevo con un policía e íntima al P. Tounedou a que autorice la inspección. Este protesta y pide una prórroga para consultar a la autoridad competente sobre la obediencia que le debería al Consejo de Enseñanza Primaria. El inspector no acepta y ordena al policía forzar la puerta. El director cede ante la fuerza, pero afirmando que se violentan su voluntad y sus derechos de propiedad. Era la hora del recreo. Toca la campana, los alumnos se lanzan al patio alborozados y el señor inspector se retira furioso.
Por la tarde el P. Tounedou rinde visita al ministro de Instrucción Pública, le expresa sus razones, pide explicaciones y reclama contra la intromisión de la policía. El ministro escucha atentamente, da algunas sugerencias y promete arreglar el asunto.
El día siguiente, por la mañana, la prensa publica un decreto firmado por el ministro que ordena el cierre del Colegio de San José. Motivos: la negativa del director a admitir la inspección y su rebeldía contra las leyes del país.
Esto bastó para levantar una serie de expresiones anticlericales y para atraer sobre el colegio un montón de injurias y de pérfidas insinuaciones. El colegio envió a los principales diarios los informes necesarios para ilustrar a la opinión pública sobre el verdadero sentido del conflicto y refutar las malvadas intenciones que le atribuían al director.
Lastimosamente la gente del gobierno se quedó sorda ante estas explicaciones. El decreto se mantuvo, y era indefinidamente. Pero entonces comenzó una campaña de rehabilitación por parte de las familias influyentes, particularmente de las que habían contribuido a la instalación del colegio. Estas réplicas y explicaciones lograron que se levantara el decreto, antes de los quince días.
El colegio volvió a abrir sus puertas con el compromiso de aceptar la inspección primaria. Así lo recomendaron los amigos y superiores mayores.
La visita del inspector, naturalmente, fue fría y protocolar, pero pudo comprobar que no se le quería ocultar nada y se le facilitaron todos los informes que pudo solicitar sobre el colegio y sus métodos de enseñanza.
La prueba, por otro lado, no disminuyó de modo alguno el gran crédito que el colegio había obtenido en tan corto tiempo; más bien todo ese incidente, por las conversaciones y la prensa, contribuyó a dar a conocer la existencia del establecimiento religioso.
Las clases reabrieron con todos sus alumnos, salvo raras excepciones. Se desarrollaron los cursos con más entusiasmo, si cabe. Los maestros, sin embargo, no dejaban de comentar entre sí los temores de la posible animosidad cuando llegaran los exámenes finales. Era el primer año que los alumnos tendrían que afrontar exámenes supervisados por interventores oficiales, los cuales manifestaban esa animosidad por el éxito de los estudios y la sombra que proyectaba sobre ellos la competencia totalmente noble por parte del San José.
Llegaron los exámenes. Unos doce alumnos tenían que presentarse en condiciones inferiores, ya que no estando el colegio incorporado, no podían asistirlos sus profesores. El P. Lhoste, sin embargo, los acompañó hasta el Colegio Nacional, como simple testigo, para darles ánimos a los más tímidos. Terminaron los exámenes, gracias a Dios con resultados favorables, dadas las trabas de todo tipo que hubo que afrontar.